Curioso cómo la silueta manchaba la acera.
Darían si a lo mucho algunos 15 minutos antes de que las campanas sonaran su acostumbrado timbrar, anunciando horas de las cuales apenas cabemos percibir en su simbólico aldabear al alma. Las vibraciones que repercuten su sonar de manera sublime. Despiertan el inconsciente a pesar del jocoso ambiente de la ciudad. A veces aguardo la hora. Seguí el camino de siempre, uno tedioso por su ensimismad. Hay rutas por las cuales hay que retroceder diría ese poeta de Lituania Tomás Venclova. De él recuerdo las calles que relata en Former av Hopp. Ya retrocedí bastante. Ahora hay que seguir adelante. Quiero retroceder adelante cual cangrejo a ser verdad.
Realmente deja de ser disyuntiva mas dar marcha atrás quiero y al mismo tiempo lo que el presente llama como esas campanas al fondo cuyo sonar canta albores nuevos, obligación, renovación, todo al mismo tiempo. Quiero estar ahí, aquí, allende.
Cual Zeus quiere el latir del omniscio su urbi et orbi mas a la Ghandi. Cada golpe un intento por salir adelante.
Volteé al cielo despejado y waché el acimut del meridum rayando en su punto.
Caminar no cuesta ni un peni, a ser verdad. La sombra caía sobre el asfalto gastado de Tijuana formando deformaciones singulares. El espejismo prolongó imágenes engañosas, conversaba decepciones. Depresión inexpresada. El engaño empañaba el rocío de una lágrima que se empeñaba cual prehistórica Chelonia mydas agassizi salvando pescuezo haciendo caso de las normas que instan negar tales actos bochornosos en un varón. Todo por recorrer viejas memorias quedé como siempre sin expresar pues el ejercicio siempre ha sido represar y la ilusión liberar.
Atavismo inexplicable razona la mente como si el cuerpo tuviese vida propia. Recuerdo esa noche cual si ayer, hoy día. Pues entré al ente y el empedernecido ante tocaba febril el alba del tejido de insomnios oníricos tan real como estas letras que ningún sentido hacen al formarse en Uno durante ilógicos convencimientos para complacer ansias burdas.
Seré franco: no me da por lo intrínseco pues lo fabuloso empieza ahí. La fabula del día comienza al despertar de la pequeña muerte. Y todo empieza con desconocer lo anterior, ignorar el instinto espiritual, las advertencias del inconsciente y pretender que uno vive. Por eso desprecio a Yukio Mishima. Desprecio el escribir. Kimitake Hiraoka creyó en el mañana, en ese futuro cuyo tu ser es cautivo al alba rojiza y sin embargo, cuya contradicción de desistir a ese amanecer está ahí siempre presente.
La economía de mis pensamientos está en plena bancarrota. No tiene fondos como tampoco ahorra. De joven recuerdo la carrera que hice por aglutinar todo tipo de conocimientos y llené mi cabeza de conocimiento Occidental porque creía que ese banco de datos, cuya trayectoria a ser verdad me dejo impresionado en sus días, lucía promesas de riquezas inimaginables. Me metí a la cabeza los trayectos de Socrates, Platón, Eurípides, Diógenes de Sinope, Luciano de Samósata y mi querido y admirado Plotinus. Seguí la Iluminación que la linterna ocasionaba de manera fiel, obediente y entre más buscaba con la ayuda de la luz más me dí cuenta de que la trayectoria me trajo al umbrío que Delphi promete el hacer caso omiso de las palabras.
La arena en mis pies me hace sentir el pulsar de la sal, el agua y su temperatura recorre mi cuerpo. El horizonte se pinta cada más lejos entre más trato de visualizar su distancia. Enfoco la vista en balde. A cubetazos habrá que salir de esta ignominia para recuperar un sentido de quién soy. He ahí la incógnita.
Sé de antemano que es fácil argumentar inconsistencias en lo dicho anteriormente. No lo es, de hecho, mantengo la mirada fija. Mi curso es seguro como las llamaradas del sol del mediodía, los vientos de Santa Ana y las rocas de la Rumorosa cuyo exótnico apelativo y nombre de pila iguala la tentación del Norte. Jala parejo. La sombra sufre el avanzar, rotar del suelo, las suelas de mis pies, mi insistencia por el pasado, el presente y la mirada fija al futuro. Arde en llanos de llamas, trabuca la imaginación.
Y yo sigo a pie de letra.
** Rubén Darío: A Colón.
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