Estoy convencido de que los fantasmas solo son recuerdos que nos espantan y nos pone la piel de gallina. Malditos recuerdos. Cringe dicen en inglés. Es una sensación de trágame tierra. Por acá en estas tierras nórdicas el angst es más común. El angst es ansiedad y cringe a la misma vez. Pero en Suecia llega al punto de ser una enfermedad grave, hay días que vas caminando por la calle bien lalala y de repente de la nada te asaltan los demonios del pasado y se apoderan de toda la constitución de uno, es cosa de locura, como si de repente sintiere uno vergíüenza por ir hablando solo y voltear para ver si alguien de repente no te vio, el qué vana decir nos e hace esperar.
Ojalá hubiese recuerdos fantasmas como Gasparín, el fantasma amigable. De esos que bien harían a uno reírse a carcajadas de la nada, sonrojarse de las buenas, bañarse de alegría por algún detalle de la vida que nos hiciere sentirse bien por lo sucedido, emociones que no le importan naiden un bledo. Pero no, lo nuestro es un infierno terrenal. Lo digo porque soy ávido a ver la famosa aplicación China, ustedes saben cuál es. Y ahí salen todo tipo de confesión y hay hashtags para esto a diestra y siniestra.
Mis fantasmas son del mismo agujero de Dante, no hay de otra. Por más que me empeño a renegar de las religiones del viejo mundo y por más que exijo de mi mismo aceptar que soy un ente puro y nato de las Américas, no, esas gotas europeas que transitan libremente por mis venas, acosando aún mis antepasados, prosiguen con sus endemoniados planes de conquistar almas después de cientos de años ya. Hoy es un día hermoso, de por cierto, no debería de enfrascarme en estos menesteres pero heme aquí, espulgando minuciosidades insignificantes. Porque eso son, cosas minuciosas que requieren de concentración para poder explayarlas a justo detalle y sin embargo, detallitos que el ahora destruye como una quimera de la imaginación, un vil figment como dicen en inglés.
Mis fantasmas son madrugadores y les da por asaltar mi reposo, mi sueño, me despiertan con el menor ruidillo. Vivo solo así que Soledad, quien me acompaña a todas horas, por broma o juego diabólico acrecienta los crujidos del departamento en que vivo. Es culera la cabrona, disculpen si habla en mi lengua natal, y es que le da por irrumpir mi sueño con trivialidades que ocasionan que haga maldecir que use anteojos para poder ver bien. Mi cerebro le hace segunda, maldita materia gris, cada contorno que mis ojos miopes se atreven a interpretar no hace falta un sujeto con un cuchillo en mano, me hace sospechar de la cerradura, no sé si cerré bien, me levanto a ver, desnudo, porque duermo desnudo y ái voy a guachar si cerré bien la puerta en pelotas. Algunas ocasiones prendo la lámpara del movíl. Es una tarea ardua, consuetudinaria y asociada con los demonios del ayer. Me merodea puro criminal del hoy. Son horas laborales del infierno porque horas humanas no lo son y pocas son las horas que laboran porque al menor indicio del crepúsculo se van como las sombras que son, y así, ni menos ni más, sus aflicciones dan paso a la serenidad que brinda un nuevo día.
Si Goya y Lucientes viviere hoy. Así uno, como la Quinta del Sordo, en mi triste morada abundan los demonios, del ayer, de hoy. Mis sueños no se la libran tampoco, ahí hacen de las suyas por igual, mi ex se aparece a cada instante, ni cómo profesar amor a los difuntos, y como un salvavidas, el cerebro que nunca ayuda mucho en estos casos, a veces me recuerda, ella ya feneció. Las sombras, los recuerdos, mi cerebro, vaya combinación, vaya realidad y aún así, proseguimos, adelante, creando nuevas memorias de lo poco que se le puede exprimir a las horas que no cesan de pasar, minuto a minuto, segundo tras segundo. Como si fuesen granos de arena, conscientes y cómplices de los engendros del mal que sobrevuelan mi ente terrenal.