backward

Estuve ahí­.

Lo admito.

Te vi.

Adoré

lo que fue

habré de admirar

lo que fue y no es

lector: arráncame

de este presente

.
.

-y seguí­a así­ la leyenda
de aquel que imaginó
. 8

In Scandinavia

You get to hear
the alarm every month
A loud noise heard across the town
Purpose: to train people
the curious fact?
No one hardly notices this loud noise that rips across streets, neighborhoods and the fabric of distance
unless you are out at that hour
of the day
and yet people wonder what is that noise for?

The bells
the ring
ring the burials
loud constant ringings
heard across the town
it is so quiet
once you know what the ringing is for
you stop asking
what is that for?
Only to subject
the I
into submission
to the inevitable
.
.
.
.
.
.
deep down six feet under
either noise
rips
the fabric
of normalcy.

petatear

Morir, eso que ni qué. Hay miles de refranes, dichos y quién sabe qué más palabras entorno al tabú ese de morir. Un compañero de trabajo tiene la costumbre de decir que ”todos vamos para allá”. A los 40 ni en qué más pensar sino en la mortalidad del cuerpo. Todo ronda ante lo inevitable.

Por estos dí­as me da por pensar cómo habré de morir. Un infarto, un cáncer o un mal fí­sico es lo más común. En segundo lugar un accidente í  la mexicana, como dicen en el periódico español El Mundo: Y es que México tiene la habilidad para que los accidentes parezcan atentados y los atentados parezcan accidentes [Jacobo G. Garcí­a | México sábado 12/11/2011 ].

No estoy obsesionado con la muerte, pero sí­ pienso en el como moriré. Ha de ser natural al comportamiento humano pensar en eso. Y no es que acote mi vida o que este traumado por ello, es simple una de esas cosas de seres cuarentones.

Al escribir esto estoy bien de salud. Si a lo mucho me preocupa que quizá beba demasiada cerveza o que los kilos me ganen y que no haga ejercicio como deberí­a.

Pero cualesquier dolor basta para darle combustible a la imaginación. Cualesquier dolor basta para imaginar una serie de escenarios que conllevan no a un hospital o una curación sino una muerte lenta y agonizante. A qué se debe ello no sé. Pero intuyo a que se debe a que sé que tendré que entregar lo prestado. No, no tengo problemas de hipocondrí­a, para nada, pero se acerca, se acerca.

De hecho no me gustarí­a vivir más de los 80, me dije a mí­ mismo hoy. Antes por cuestiones supersticiosas y males otros me daba aires de que vivir hasta los setenta bastarí­a. Hoy pensé más allá de ello.

Comportamientos humanos

La raza humana no deja de dar en qué pensar. O de qué dar en qué sorprender.

Nos sorprendemos de todo y mucho más cuando otros animales logran imitar el comportamiento humano.

Pues bueno, acá en Suecia la gente en Estocolmo anda alterada y confundida como cuando la raza se sorprende de que los loros logren poder imitar las voces que emitimos al querer hacer que los loros ¡nos imiten!

Pues bien, ahora resulta que las palomas de Estocolmo ¡toman el Metro de Estocolmo para trasladarse de un lugar a otro!

Las autoridades del Metro de Estocolmo no ven con seriedad que los pasajeros ilegales tomen el Metro para trasladarse de un punto de la ciudad a otro y hasta nos aseguran que las palomas evitan la hora pico de transporte. Las palomas se trasladan a horas cuando menos tráfico hay.

La teorí­a del porqué las palomas deciden trasladarse en el Metro es porque han adquirido coordinaciones que las orientan a un punto de la ciudad que es de importancia para las palomas.

Y así­, pasan cosas en Suecia.

http://www.dn.se/sthlm/duvor-i-tunnelbanan-forbryllar

7 mil millones

El otro dí­a no pude ver a un niño.

Y es que traí­a la mente cargada de disgusto, incredulidad y al borde de nauseas. ¿La causa? La información y el silencioso acontecimiento de que en el mundo hay 7 billones de seres humanos que rondan la superficie del planeta. Se me hace exagerado ese número. Lo hubo de todo acá, en este paí­s de 9 millones de habitantes que rehúsa y vive con el constante escozor de que en Suecia eso es mucho. Los periódicos tení­an un marcador con números que indicaban el lento paso hacia la cifra 7 billones. Cada dí­a se acercaba poco a poco con mucha celeridad. Hubo unos cuantos artí­culos de personas consternadas por el hecho de que existan tantas almas en este mundo. Las mismas voces de siempre que nadie hace caso así­ sean personas de envergadura. Ignorar el acontecimiento fue la orden del dí­a. Los lí­deres del mundo ni pio hicieron, or algunos rincones los nuevos habitantes del planeta recibieron regalos y becas de por vida por ser el número 7 mil millón.

Algunos suecos, esos mismos que gozan de minimizar para exagerar, dicen que se da poco belicismo, det krigas fí¶r lite, o sea, que se guerrea muy poco. Comprendo y entiendo ese tipo de comentarios que dejan caer la verdad con una risa un aspecto de la realidad incompatible con mis principios morales y éticos.

Estaba en una tienda cuando rehuí­ ver al niño.

Y mis peores pesadillas concerniente la humanidad es la alimentación de esta última. No creo que sea necesario pintar de demás lo que significa alimentar a siete mil millones de personas. Es toda una industria en sí­ que deja efectos a diestra y siniestra. Y ni pensar en la religión para regular un poco el trauma que significa tener hambre. Las ideas de las religiones para utilizar el hambre con el fin de estar a la par con Dios son pocas comparadas con la idea singular que prevalece como la epidemia número uno del planeta: el capitalismo del caos. La nueva religión de que el bienestar está en este planeta es superior a las viejas ideas de antaño y su promesa de una vida mejor más allá de éste planeta.

Me pregunto si esos números seguirán a la alza o a la baja. Y qué raza se empezará a sentir superior a otras. Me pregunto qué tribus o clanes se forjaran y pasaran desapercibidos por la humanidad sin saber quien o quienes fueron ellas hasta enconrar vestigios de que alguna vez estuvieron aquí­, entre nosotros. Si así­ no damos abasto de todas las culturas del mundo que hoy existen ¿que nuevas hay en esos 7 mil millones de las que nunca sabré nada?

Francia

Résidence officielle des rois de France, le chí¢teau de Versailles
Résidence officielle des rois de France, le chí¢teau de Versailles
Estuve en Francia, Parí­s. La semana pasada para ser exactos. A ser verdad se me hizo como cualquier croquis al que hay que saberle navegar. No sé porque Parí­s nunca me ha prendido las llamas de la pasión. Dicen que es la ciudad del amor. Yo la camino solo para buscar sus tesoros culturales, ver sus muertos o admirar lo cotidiano. Así­ de sencillo. Es grande, eso que ni qué, pero eso no le quita que uno no sepa dar a donde uno tenga la intención de ir. Su infraestructura es simple y fácil de aprender a entender.

Estuve en los lugares clásicos. Sin estrés. Caminé las calles como si fueran mí­as. Eso hace la visita un poco agradable, no la presión de esos impulsos desgastadores de tener que ir aquí­ u allá porque hay que verlo siempre y cuando uno está en Parí­s.

Es mi segunda vez y la verdad esta vez no fue como la primera. Las memorias, sin embargo, se hicieron sentir. Y por eso quiza no pude disfrutar de la ciudad como debiese haberlo hecho. Los lugares comunes del turismo que antes tení­a que ver porque en la primera vez, hay que tener que hacer todo en un dí­a o andar a prisas por ello, infligieron dolor.

Mucho tendrá que ver con el idiota ese que vio Parí­s aquella primera vez, fui un puto idiota que no mereció ver a Parí­s. Verán que los sí­mbolos, las pinturas, las estatuas, las puede manchar el recuerdo con los actos de uno. Un pleito, un disgusto, una querella, eso deja su impresión en las cosas y las cosas de Parí­s, esa ciudad de inmensas posibilidades, no ofreció misericordia al nuevo yo, al este de hoy y gracias al idiota del aquel entonces, las calles y sus habitantes reconocí­an en mi un puto imbécil.

Pero la culpabilidad dio campo a saber vivir de los errores aquellos. Mientras el dolor era intenso, yo disfrute un poco de sus bares que me parecieron sedadas por una atmósfera que no logré de entender del todo. Parí­s relució por su silencio. El Metro, y los parisinos se me hicieron sumamente callados, no habí­a desgaste verbal ni alborotos tí­picos de una cultura latina.

¿De qué sufre Parí­s?

Ambos sufrimos sin duda, las memorias de algo, y en eso nos pudimos comprender Parí­s y yo.

En el silencio, en el dolor.

Acá en FB unas cuantas fotos: http://www.facebook.com/media/set/?set=a.267630409945316.59302.100000950771994&type=1&l=e8ac66984d

dirty brainwash

Estoy gordo.

No soy para tí­.

Tú.

Te soñé.

lo que no fue.

fui no lo que no quise.

un sueño diario

verte pasar sin poder decirte nada.

y así­ de nihilista

inútil perro

Gua wow me

Maquinitas

Recuerdo con cierta aprensión el dí­a que me mandaron a comprar un kilo de tortillas con 2 dos coras. Una cora en Tijuana equivale a 25 centavos americanos de los EEUU. Así­ que eran dos monedas de esas. Me causa aprensión porque ese dí­a tomé la decisión de no ir a la tortillerí­a por ese kilo de tortillas que mi familia me habí­a mandado ir a comprar. Y es que rumbo a la tortillerí­a habí­a un local de maquinitas. Los locales de las maquinitas en aquellos entonces me traen recuerdos interesantes y criminales, venga, que esas jugosas historias tendrán su lugar pronto pero por lo pronto, atengamosnos a la historia que se presenta este momento. Esos locales tení­an tanto las viejas maquinitas de pinball o de esas maquinas con una bolita de acero que habí­a que evitar que entrará a la zona del empiezo de nuevo así­ como las más nuevas que usaban mecanismos en base de consolas. Nunca fui bueno ni para Asteroids ni para Pacman, así­ la vergíüenza me achaque aún hoy en dí­a. No recuerdo con certitud si fue el impulso por querer jugar y ganar o el ruido de verme dentro de esos antros de ruidos y juegos que un adolescente no puede resistir por justo ser un lugar lleno de tentaciones imposibles para un joven.

No creo que sea necesario decir que acabé mal en casa. Después de la vil perdida de mi apuesta a un juego cuyas ganancias solo se miden en ganancias de esas personales como el orgullo personal o la satisfacción de haber logrado algo que no se creí­a posible de poder lograr regresé feliz a un hogar en espera de un kilo de tortillas que en mi paí­s, sino llegan a tiempo, hacen o malhacen una merienda por muy rica o sabrosa que esta última sea. Entre gritos y cabizbajo el triunfo de un juego marcó para siempre ese dí­a. Y es que de adicto a las maquinitas no me bajaban. Se me comparaba con esos jóvenes que usaban Walkmans y las historias de jóvenes que sufrí­an de males de oí­do y sus respectivas historias de esos adictos al Walkman y la pus que se les salí­a de los oí­dos por tener siempre en las orejas los auriculares no se hicieron esperar.

Ahora de grande y como maestro de idiomas me toca escuchar historias de jóvenes que permanecen inmutados delante de las computadoras jugando juegos que requieren horas y más horas de trabajo, ideas, adicción al programa y como es que aceptamos esos cambios como aceptables y generamos argumentos pedagógicos que relatan los beneficios de permanecer delante de la computadora hora tras hora delante un juego mecánico que los antiguos nos recriminaban porque para ellos era un mal a evitar.

No digo que es un mal que los jóvenes de hoy permanezcan delante de los programas que los inducen a trabajar con entusiasmo y alegrí­a una idea de esas como la que yo tuve hace mucho: lograr algo personal así­ sea efí­mera la meta que se logra. Para nada, solo me pregunto, cómo hemos de enfrentar moralmente, la idea de que el humano, en realidad, como todo animal, deberí­a de reposar, no hacer nada, caer en rutina, y ante todo, aceptar que nada importa un comino y mandar todo a la chingada es lo nuestro.

canst

Vem art tú?
Who eres du?
¿quién í¤r you?

Autumn brings forth so many colors
blues turn orange and pinks color leaves red
Los cambios
pintan
la tarde
fí¤rgar de varje hí¶st sí¥?

every minute
varje minut
cada minuto

un new fí¶rí¤ndring
a nuevo change
en ny cambio

eres un viejo nuevo
cada año te dejas ver
y aún así­ Otoño
da en qué pensar
esta vez
hecho a su imagen me veo
cambios y colores
muerte después de la vida
para dar paso al no-cambio.

Correr * A E.

Según tengo entendido la madre biológica de mi madre salió corriendo de Ensenada.

La descalabraron me dijo mi abuela Julia, la que adoptó a mi madre. Le tiraron un rocazo y por eso quedó loca.

La loca de la familia. Yo no sé quién es ni cómo se mira. Solo sé eso, descalabrada y por ello le daban aires de loca.

Salió corriendo de Ensenada porque su familia no querí­a que heredara nada.

Ahora de grande me imagino verla salir corriendo de su lugar en Ensenada, de alguna manera muchos años después, con tachas de mala fama, de ser una mujer de mala vida, una mujer correteada de Tijuana cuyo principal beneficio es tener fama de regalar sus hijos, de repente, recibir de voz de otros, que una mujer de una tienda de curiosidades, estarí­a interesada en recibir su próximo retoño.

Tengo una foto de mi madre de joven, y la veo en una casa de alguien, quizá de los abuelos postizos. De esas fotos que se les toma a los adolescentes antes de rebelarse totalmente de los padres. Y ahí­ está ella, una hija de una madre y un padre que nunca dejaron rastro de quienes fueron ellos. Ella llena de brí­os, de confianza, de saber tener la vida por delante como segunda naturaleza.

Según tengo entendido mi madre tuvo la oportunidad de poder saludar a su madre biológica. De parte de la boca de mi abuela mi madre no tuvo interés en ello. Según esto ellas coincidieron en alguna calle de Tijuana, ”mira, ahí­ está tu madre”. Pero mi madre no quiso ir a ver a la madre biológica.

Me gustarí­a pensar que mi madre supo apreciar en un acto el gran amor que mi abuela, Doña Julia, le dio. Y por otro, que quizá sí­ tuvo la oportunidad de hablar, de verla y convivir con ella. Quizá por eso dedicó todo una vida al alcohol, con la esperanza de dar con su madre en una de esas andadas.

Sé, según mi abuela, porqué mi abuela biológica corrí­a: corrí­a de su pasado. Pero nunca sabré de qué corrí­a mi madre. Ni porqué sintió la necesidad de abandonar a sus hijos con la señora que a ella la cuidó también.

Malinterpretarí­a el pasado de los rumores y las pocas verdades que se asoman en hoy mi presente si juzgara a mi madre por un abandono que nunca comprenderé. Dejarnos solos con una abuela cuyo amor bastó para tanto, para sustituir el amor que dos mujeres optaron o quizá supieron, no dar por múltiples razones. Si es que acaso juzgara con ligereza, pero a estas alturas de mi edad ya no me puedo dar el lujo de ello. Tengo tendencias a perdonar todo, mal hábito sin duda y lo peor, romantizo.

Ambas corrieron. De qué no sabré con certitud nunca.

Lo que sé es que a sus familias las dejaron atrás, en el olvido, el abandono.

Y esa es la maldición de los Martí­nez, apellido que ni es nuestro sino de un abuelo adoptivo, que nace a partir de una descalabrada, de una infeliz rencilla de una familia que nada querí­a con esa abuela biológica mí­a.

Y desde entonces nuestras familias nos rehúsan, nos apartan o nos apartamos. Y así­ es el hoy, mi familia, no me comprende, me abandona, y la roca sigue ese curso como un meteorito que atraviesa tiempos y espacios sin acabar nunca.