Ya había escrito sobre æ´»ç€, Huozhe anteriormente pero en mi cabeza creía que no había terminado de leer la novela de Yu Hua. Cuando fui a la biblioteca local de mi pueblo, la cual ha recibido una renovación total, ni me acordaba de cómo se llamaba el autor. El río fluía dentro de mí como un arroyo sin detenerse, así que cumplí con esas características que una lectura china requiere de cualesquier buen lector: yijing en su esplendor.
Me arrobó la lectura por la pobreza narrada ahí, para ser justos a la historia. No sé porqué leer sobre el destino de campesinos durante guerras civiles o turbulencias fratídicas me mueven el alma, pero ahí tengan que me llaman la atención poderosamente. Así que no pude dejar de pensar en el libro y ahora lo leo de nuevo.
Como lector uno cabría preguntarse qué es lo que conmueve. Y es que no estoy solo en eso de creer que la lectura es potente. Y simple. Ya mencioné que la escritura de Yu Hua es tan simple que la imaginación se completa a sí misma sin requerir de frases rimbombantes para describir la inmensa tristeza de ser robado por las ideas o ideales de los que potentan la pluma del cambio. Y es que la pluma de Yu Hua no es la pluma romántica que pinta un Jaques Louis David en Marat Assassiné. Aquí la tinta ideológica del cambio que llega al pueblo se siente correr color sangre entre los campesinos ignorantes (¿?) cuyo existir se reduce al labor del albor del día. Y no solo eso, sino que Yu Hua en su más pura simpleza describe también la locura del pequeño pueblo y sus infiernos grandes. Habrá que ser campesino para poder comprender cómo batallar el colectivo nacional y local y salir vivo de ello.
Yu Hua me fascina no como un Yukio Mishima logró posesionarme. Con Mishima no podía dejar de leer; con Yu Hua no puedo de dejar la impresión de la lectura en el libro, sino que la la llevo conmigo todos los días.