Estrellitla Marinela

Dicen que no hay cono de nieve que tenga igual.

Todos son diferentes.

¿pero los que se montan a las ramas de los arboles que desnudos atraviesan este invierno? ¿Ellos también dan lugar a los conos singulares que se amontonan como un enjambre de hormigas?

Uno se pregunta.

La temperatura a estas alturas de Enero era un proceso indeciso siempre, pero más lo notaban indecisos como el presente que a no sabiendas de los caprichos y juegos que un calor a otro dentro de las temperaturas de un dí­a como hoy produce, terminaba Uno haciendo malabarismos inesperados. Y no darme en la madre con las caderas y caer bajo los efectos de una gravedad que se presta coqueta a los caprichos de un resbaladizo Enero cuyo mediterráneo  lejos de gozar disfruta de un aliento de maldad pues es mucho decir ya. Cosa que no caigo en cuenta porque la verdad hace mucho frí­o y los zapatos que yo creí­a de moda no sirven para el devenir que contrae responsabilidades con personas ajenas a Uno.

Pormenores: me dí­ en la madre en el hielo de Enero.

Lo peor del invierno, me dijo tajante, es que no importa que tan alto tengas la calefacción, ni cuantas botellas de alcohol te chinges, sino que siempre te llega ese frí­o incontrolable, fuera del alcance del termómetro y las bebidas y eso se llama la ilusión del calor que uno cree poseer a pesar de que al último uno se queje del frí­o.

En puerta estaba Ella. Ella, así­ de grande era su estatura, y me hací­a olvidar. Pocas mujeres hacen eso. Pero Ella lograba detener el tiempo con su presencia. Verano u Invierno. El hoy adquirí­a un dejo difí­cil de manejar en las bolsas de valores. Efí­mero, sabemos de antemano lo escurridizo que su banda ancha post siglo XX 80’s baby, producí­a en tipos como mua. Es una de esas hembras que saben mejor el atino que cualesquier macho presente, y es que mandaba siempre hombres a recibirme como para amortiguar el impacto cosa que interpreté como alago a estas alturas de mi edad siendo que potrillo deje de serlo años atrás.  Las hormonas no son cosa de juego dije entre mi varias veces. Y Ella dominaba el juego. Es por eso que la calor para ella adquirí­a más allá de su valor fí­sico, para ella el dominio de la calor era una pequeña comarca por los que los demás habrí­an de pasar. Ella sabí­a que la calor en ese gélido lingíüí­stico de lectura corporal, cuyas fronteras producí­an mutaciones nucleares que bastaba detonar con una mirada, era de negocio y del bueno. Así­, pues, Ella, no dudaba en darnos ese abrazo hermano.

Fusion, pure cold fusion, se escuchó.

Ciertos centí­metros de hielo cubrí­an el asfalto que la Primavera prometí­a derretir nada más que Fahrenheit se aproximara. Y las ondas del asfalto a esas elevadas alturas de estos altiplanicies no dudaban en apostar seguras de que así­ serí­a. Pero si tan solo a mediados de Abril. Quién se acuerda de Abril, y es que ni Eliot requiere de su imaginación postmortem para alucinar que en Abril, no hay nada, excepto lo que hay debajo de la tierra, aguardando al acecho que Mayo llegue.

Y es que habrá un mañana al cual habrá que rendirle cuentas. Así­ de simple.

Le invite pasar a mi cuerpo lleno de deformaciones ajenas a la televisión a la que ella acostumbró por lo menos lo que vale el 2005 y su otoño. Amén del secreto ese que un dí­a antes de que el calendario Gregoriano impusiera su ley violará tan abiertamente los adentros de mi alma y dejara el engendro que nos unió.



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