Siento el espíritu corroído, lleno de una pasta amarilla que consume mi alma. Esta tremenda soledad que me aqueja, no me deja en paz. Quiero vida, quiero saborearla de nuevo, yo no nací para la nieve y heme aquí, adorándola. Es una especie de instrumento que sabe muy bien quitarme las ganas, sabe muy bien desarmarme para no poder gozar de la buena vida. Y aún así, prosigo aquí. Y cada día que pasa menos me conozco, más cambio y ante el espejo del hielo que refleja el gélido yo, es un pedazo helado ajeno al calor que me dio vida. Y aún así me halló, le llamo yo, me llama a casa cada vez que me salgo del periférico que detesto con las palabras, con mi mirada vaga que cruza calles, ve gente que no conoce y respira aire frío. El horizonte me limita mi espacio. Y a la vez coagula la sangre que clama en mi, es un viejo vestigio que no deja disfrutar el hoy sino que aún se rebela por ser, lucha intrínseca, batalla a muerte. Malherido, reprimo todo lo que vivo, quiero ser otro y reniego de mi existencia, con bilis saborea el sol, la luna, las estrellas que me cobijan esta noche.
Y sin embargo aún no aprendo a saber querer a otros. No sé cómo.