Ellos prefieren sus baikas

Ellos prefieren sus baikas

Por aquí­ en los aledaños universitarios, los dormitorios de los estudiantes goza de un paisaje ajeno a la conciencia pero familiar al inconsciente.

Uno no lo nota hasta que lo empiezas a desear, quieres una, poco a poco, te va seduciendo y de repente suspiras de vez en cuando cuando pasan por tu lado, las miras, le echas una reojeada y desearí­as ser tu quién las monta, sueñas qué lindo serí­a baikear a la escuela, se mira medio romanticón la cosa, sueñas despierto/a con ellas y sueñas dormido/a como es que aparecen ahí­ sin saber ni tomar en cuenta por qué se metierón ahí­ ni como le hicierón para lograr esa hazaña.

De repente lo piensas: Quiero yo una también, con la lengua del alma.

No lo dices pero te atrae la imagen al verlos, como el viento les recorre su alineamiento corporal y las curvas de sus entes al verlos en su fugaz trayectoria y el toque ese de media prisa intelectual a clases, hay una cierta determinación de querer llegar a un lugar, rumbo al participe obligatorio/entusiasta de estar en un ahí­, pero si ya.

No sé como un objeto puede llamarle a uno así­ tan fuertemente, pero lo intuyo pues ahora estoy más conciente de sus alaridos como las sirenas que Ulises resiste, se encuentran pedazos regados aquí­ y allá de sus partes, causan curiosidad sus miles de formas y como unas reflejan el abandono de sus dueños, otros como fueran descuartizadas por la gran urbe y sus violentas manifestaciones de aquellos que actuan sus deseos irrumpiendo la realidad construida bajo normas y reglas, rompen ese tabú pero lo dejan a medias, las precauciones del dueño se dejan ver, las cadenas que las sostienen las aferran al mundo de la realidad y sus leyes, el deseo de lo ajeno tan sólo logra llevarse una parte dejando un mundo latiendo el acto rapaz de querer, ahí­, se ven, baikas sin llantas, sin asientos, con cadenas colgando, llenas de moho, diciendo: he aquí­ el ultraje de los deseos ajenos, violentos y si se mira de cerca un destello del dueño verdadero: hijos de puta (pero en sueco en su mayor parte) y el abandono total de un mundo sin esperanza. Otras causan nostalgia, son antigíüitas, y lo llevan a uno a tiempos aquellos de antes; algunas, envidias, pues son tan exóticas que te hacen anhelar aceleradamente, son las últimas modelos; otras, mutuaciones increibles que reflejan la viva imaginación del dueño/a, te hacen ir a la admiración, aunque todas forman un juego: son transportadoras.

Por eso no es sorprendente siendo ellas tan sutiles, en conjunto, en sus partes, cómo tientan, que ellos prefieran sus baikas.

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