De reciente pa’cá me da por comprarlas, a veces hasta de a montón.
Inclusive, el ambiente es parte de la emoción que me encanta vivir cuando lo hago, y como en los mercados de sobreruedas que hay por Tijuana, estos también pegan el grito al cielo con todo el esplendor de sus gargantas que, ‘¡ Acá es más barato !’, así que a veces me dejo convencer más por coquetería que por ellas, me encanta que se peleen por mi. Así que terminó comprando un buen gíüatito siempre.
Llegando a casa, me gustan hasta cuando se desvanecen. Las dejo ahí por días, dejándolas que me causen alegría y sentimientos de acuerdo a mis sentires del día. Mi mujer las tira en cuanto las mira un poco marchitas. Yo no, las recojo a veces del bote de la basura a espaldas de ella y me las llevo a un lugar donde no pueda verlas. Ahí, las contemplo como es que se van secando poco a poco y me admiro como es que siguen dando tanta hermosura a pesar de su estado decrépito.
Las flores secas son también bellas.