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Poliglotismo: desventajas y otros pensamientos

Claro que ser polí­glota tiene desventajas. Una de ellas se le es aparente al escritor, aquel que se dedica a las letras y la formulación de ideas, pensamientos, metáforas, imágenes y visiones varias.

Todo idioma tiene un dejo de racismo intrí­nseco a sí­. Todo lenguaje/idioma tiene la creencia de que es puro. Por ende, cualquier intento de impurificar el idioma es confrontado con resistencia, el rechazo.

Es por eso que el primero en detectar la hipocresí­a en las buenas intenciones de las juntas que componen las academias de idiomas suelen ser los bilingíües o por lo menos aquellos que disfrutan un idioma exquisitamente rico en variaciones como lo es el español de Tijuana y no los monolingíües como se es pensado.

Damos fe de lo cruel que son las ideas tomadas del francés Jean-Baptiste Lamarck, el prefeccionismo.

Y es justo este obstáculo que se interpone en lo que escribe un monolingíüe y un bilingíüe. Se dan preferencias entre los lectores.

El lector monolingíüe se caracteriza por optar lo simple y sencillo. Al lector monolingíüe le es más conveniente disfrutar de un coctel de letras castellanas, con una que otra especie arcaica como condimento, pero un coctel lleno de extranjerismos le es imposible de digerir. Todo cerebro es flojo pero el de los monolingíües es perezoso en toda la extensión de la palabra. Por ende, todo escritor, como cualquier mercado que cubre una demanda, se tiene que sujetar a las exigencias del consumidor, en nuestro caso, el consumidor de letras. El lector monolingíüe no solamente es un lector que sabe como le gustan sus letras sino que también es un cruel tirano que le da por la violencia verbal de la peor í­ndole al menor desafí­o a las reglas que dominan al idioma en cuestión .

Es por eso que ser bilingíüe, por lo menos dentro del ámbito de letras, es una desventaja. El monolingíüe lleva la ventaja en las preferencias de los lectores por varias razones.

Si el bilingíüe tiene más visiones del mundo esto no quiere decir que todos las tengan, de hecho, el bilingíüe, en cualquier sociedad [con ciertas excepciones claro, como Canadá, Uruguay, Perú] es una minorí­a. No todos tienen la ventaja de poseer el bagaje cultural que implica compartir dos idiomas en un cerebro.

El monolingíüe sólo requiere de una visión y esa visión la comparte la mayorí­a sin tener que hacer un mayor esfuerzo para comprender el mensaje del escritor monolingíüe. Por eso hay más identificación con las letras del monolingíüe. Mientras que para el bilingíüe sacar ideas, metáforas y visiones de su repertorio lingíüí­stico y tejer estas para formular un mensaje para un público versado es sumamente escaso. El bilingíüe ve el mundo de dos maneras e intenta presentarlo así­, como lo ve, ante una audiencia hostil y sin comprensión mas allá de su propio lenguaje; el monolingíüe ve el mundo de una manera sin mayores alteraciones a su visión. Así­ le gusta y lo hace más apetecible para el público cuyo entendimiento del mundo se ve dictado por las reglas de su propio idioma y las leyes que dicen esto es así­ u esto es asá. Las reglas de la buena conducta, el buen ’gusto’.

En un mundo preñado de jerarquí­as, la desobediencia del bilingíüe, la rebeldí­a de querer hacer las cosas a su modo, le ocasiona la expulsión del rechazo, la ausencia del beneficio de las auspicias de la sociedad del ’buen gusto’.

Y es por eso que es hipócrita que las las lenguas procuren un mensaje ’universal’, un idioma ’culto’ cuando la mayorí­a de sus parlantes, los ciudadanos de sus urbes monolingíües, ni intentan, ni quieren hacer el menor sacrificio para comprender más allá de sus comarcas, narices. Aquí­ se ha dicho algo al respecto anteriormente ya. Afirmar que se busca lo universal cuando la pureza del idioma le pone obstáculos es una mentira que todos deberí­an de comprender.


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