Yonder Lies It

Omerta (revised and revisited)

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Las dimensiones del mal son muchas pero el silencio es una de las menos exploradas y por consecuencia, mucho menos en México. Los italianos, sin embargo, sí­ y le llaman Omerta. Este silencio, fenómeno, que también se da en Tijuana pero que a diferencia de los italianos nosotros no les decimos así­, le rondamos su nombre, se sabe cuando el silencio ha sido violado. Violar este silencio tiene su precio y ese precio, en mi caso, lo que vi y viví­ en mi juventud, era el ostracismo, una buena madriza y la desconfianza total. Esa es la amenaza que cuelga, como espada de Democles, sobre aquellos que entran en pacto con el silencio del mal. Si uno rompe con ese código-silencio se vuelve uno lo que el argot Tijuanense llama como “dedo”, claro, en Tijuana, “finger”. El silencio del mal adquiere forma cuando el infractor es delatado. Su infractor también sufre vituperios, palabras como chavalita, son testigos de este acontecimiento. El silencio del mal es todo lo que el dedo no es. El dedo se abre, como la Chingada en Los hijos de la Malinche en El Laberinto de la Soledad de O. Paz.

Ser parte de este tipo de silencio lo hace a uno espectador de multiples crimenes de todo rango, desde saber quienes son los matones, los rateros, los narcos y los malos gustos de ciertas preferencias sexuales de sus actores. Lo hace a uno también testigo de raza que es cabrona, de esa que no se tienta el corazón y le gusta andar dando desde piquetes con picahielos en las caderas hasta filerazos mortales. Esos son los más temidos y a la hora de las broncas eran esos bueyes los que más comandaban respeto. Jugarse la vida pues, era el machismo, la valentí­a, por excelencia.

El mal en Tijuana opera dentro de un mundo de permisión sin lí­mites mas con muchos juzgamientos. Formar parte de esta asociación no es necesariamente uniforme, existen ciertas conductas morales o preferencia de compañí­a, impuestas por los valores de la sociedad a lo largo y ancho de la comunidad que rige la vida de los criminales. Hemos de observar que el criminal tiene que emular la conducta de la sociedad en general para poder estar dentro la sociedad. Hay que saber maliciarla una madrecilla decí­an los capos menores de mi varrio.

Los que no se quieren asociar con pedarastas, por ejemplo, simplemente no se asocian y marcan el lí­mite, el grado de su maldad al no aceptar asociaciones con tales tipos. La conducta del pederasta, la dimensión donde opera este tipo de mal, se lí­mita a ser observada desde lejos y de reojo. El silencio proteje al pederasta. Mas sin embargo, si el pederasta se pasa de vergas, el pederasta sufrirá las consecuencias ya que el mal no pierde oportunidad de quedar bien ante su huésped como tampoco pierde la oprtunidad de ganarse la confianza de este último: la comunidad.

A estos actores del mal se les es permitido actuar dentro de la comunidad malosa dependiendo del grado de su efectividad para llevar acabo buenos crimenes, de otra manera, sus conductas son reprochables y sujetas al mercado de la venganza. Todo tiene precio, no era raro, durante mi juventud, recibir ordenes de madrearlos de vez en cuando y si llegaban a la pinta, ni quién los sálvase de una zanahoria por el culo más que un muro. ¿Justicia? Esto fue una prueba para mí­ que la Justicia no es solamente del domino del bien, por eso la Justicia en muchas imágenes se encuentra en forma femenina y vendada de los ojos. Y sin embargo no se tienta el corazón tampoco, si el pederasta es útil al crimen este último se le permite actuar sin el menor remordimiento, bajo las auspicias del silencio del mal.

Bajo las auspicias del silencio se vuelve uno espectador de mucha bronca de muchos bueyes.

En medio de una bronca por la Revu, allá por la decada de 1980, por ejemplo, supe después de un pleito cómo alguién mató a alguien. Fui receptor de una narrativa de matanza, de una confianza entre nosotros los actores del mal. Nos sirvió de ejemplo y escarmiento y de cómo el acto de matar lo separa a uno. Presenciamos una serie de eventos. Matar a alguien significaba no solo matar una persona si no que también mataba la vida del matón. Su desterramiento de la comunidad para evitar ser capturabo, dejar familias, el varrio, los amigos, todo tení­a su precio por ser un verdadero cabrón. El máxime acto para recibirse dentro del mal y adquerir respeto de por vida. El silencio adquirí­a tangibilidad, se dejaba ver en el aire, se sentí­a como la raza se cuidaba y por unas semanas el varrio se convertí­a en un afan por esparcir ese silencio cual malhumo. El silencio también delata. La alegrí­a de juntarnos era imposible. El silencio era palpable. El silencio no ya entre un grupo sino la ausencia del grupo delata. Algunos fueron a dar a las celdas privadas de la judicial donde se especializan en romper el silencio, donde los dedos nacen con el dolor de cables electricos y tehuacanes con chile y donde lo innombrable adquiere nombre y forma. Otros desaparecí­an de la comunidad por semanas enteras y otros se brincaban la barda, al Otro Lado.

Todo vuelve a la normalidad cuando el silencio se reagrupa. Un buen indicio de la normalidad en una comunidad de malvivientes es que esten juntos. Si esta agrupación deja de juntarse es que algo de suma gravedad ha ocurrido. Alguien “calentó” el varrio y todos se abren. Nadie sabe de nadie, nadie conoce a nadie, ni nadie sabe donde anda nadie. El silencio adquiere cuerpo y forma, se vuelve un cuerpo inexistente como una presencia ajena en casa, sólo su destello se deja sentir, algo hay ahí­, pero ¿Qué?

El silencio compartido tiene sus lados psicologicos. Uno no puede andar divulgando los crimenes a diestra y siniestra, dentro del grupo del mal estas historias abundan y sirven como catalizadores para medir el grado de moralidad de uno. Es bien sabido, por ejemplo, que es ‘mal’ robarle a la jefita. El malviviente sabe que entre los malos, robarle a la jefita es mal visto y verdadera seña de un mal más allá del mal.

El mal en la comunidad tijuanense es en verdad todo un ejercicio al aire libre dentro del mundo del bien y el mal. Uno aprende a saber qué es bueno y qué es malo. El silencio que domina ciertas dimensiones del mal en Tijuana es pues un campo lleno de pruebas, de tentaciones. Es una caminata por el abismo negro de la humanidad Tijuanense dentro de los varrios de Tijuana.

Una de las experiencias más raras que viví­ en mi varrio era como cada 12 de Diciembre nos ibamos todos en manada a besarle los pies a una imagen de Jesuscristo que la Iglesia, la verdadera iglesia de Tijuana, la Guadalupana en en el Centro, sacaba para sus fieles. Uno a uno desfilabamos, los malvivientes del centro, del Varrio Maya 13, encaminandonos hací­a el representante del bien del Dios judí­o.

Aquí­ no se trata de mafias ni mucho menos romantizar los actos del mal, es sólo de tratar de explorar con palabras este mundo del mal y el bien en ese mal. Se trata de explorar el silencio que embarga a toda una comunidad y cómo es que ese silencio funciona.


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