Yonder Lies It

Juan Carlos no está

Querido Juan Carlos:

Es una tarde de Junio aquí­. Sobre mi cabeza se oye el ¡BruuuuM! de la propulsión de un jet, de seguro un Jas 39 Gripen, que rompe el silencio a fuerza de mach 1.1 ó 2, vuela alto, y su ruido se va alejando al paso de las letras que te escribo ahora, va dejando una columna de humo tras sí­ que parece ser parte de las nubes, blanca y algodonezca, larga larga que marca el cielo con una lí­nea cuyo desvanecimiento también se esparce y se une a las nubes que están pasando como manada mansa de entes gigantes a rumbos desconocidos en estas atmósferas escandinavicas. De por cierto, ¿te he comentado antes que las nubes aquí­ adquieren una majestuosidad inmensa? Dios es un gran pintor, sabe lo que hace y pienso que el cielo es su lienzo cuya lona no tiene descanso ante la mano prolí­fica de Dios. Son enormes, y chonchitas, se antoja brincar en ellas y caer como en espuma pero estas tienen un matiz que el sol les da como si fuera material para reyes, o un metal precioso de gran valor, sí­, dan ganas de abrazarlas y recostarse en ese paraí­so esponjoso que ahora veo, como me hubiere gustado mejor que estuvieres aquí­ querido hermano, conmigo, a mí­ lado para que vieres lo que mis ojos ahora ven.

A eso de mediodí­a hizo calor, pero ahora sopla un rico aire que refresca mi piel bronceada. Corté el césped durante la tarde, así­ que aún siento el calor del sol este que le llaman sol de medianoche por mis hombros. En este momento los cuervos y las urracas buscan lombrices de tierra, es más fácil buscarlas ya que el césped no está tan espeso, me miran de reojo, no sé si para darme las gracias o por miedo a que los espante. ¿Te acuerdas que te comenté que los insectos acá inviernan también? Hoy en la mañana mientrás cortaba unos leños en la vieja cabaña escuché un ruidillo que llegó a mis oí­dos, se oí­a desesperante, y volteé a ver que era, miré a la ventana y vi los restos de muchos insectos regados por el alféizar, un festí­n de antaño pensé. Alzé mi vista un poco más y vi una teleraña bien construida, de un blanco opaco y limpia aparte del forcejeó de una pequeña mosca atrapada ahí­, vi un rato como el arácnido le daba vueltas a su nueva presa para ver como mejor envolverla con el hilo que segregaba cada vez que le daba vuelta a su victima, estaba gordita, y pensé, esta es la temporada del engordamiento de las arañas. Realmente no sé si me guste más el invierno, ayer estuve dándole la vuelta al pueblo en la bicicleta y al abrir la boca sentí­ como un mosquillo entró en mi boca y se atoró en mi garganta, no fue nada placentero pero así­ son estos últimos dí­as de primavera, ahora ya salió todo, llevo varios piquetes de zancudos y las ronchas me causan comezón, lo bueno es que es sólo durante unos meses éste auge de nueva vida.

Ya van a dar las seis y el sol matutino ni donde localizarlo por la mañana, así­ es, te digo, casi todo nublado, lo curioso es que al dí­a le da mejor por un sol vespertino, ahora las sombras de la casa y las plantas se dibujan claramente en el recién cortado zacate, forman unas lí­neas perfectas, mira, justo acaba de pasar la sombra de un ave, rápido, sólo alcanzé a ver su paso veloz. Qué tranquilo está todo esto ahora, si tan sólo se rompe el silencio por el ruido de la carretera mayor de este pueblo que lleva a la gente a la gran ciudad, es muy pací­fico, aquí­ no hay contaminación ambiental, el bosque es casi prí­stino. Sólo el ir y venir de esos carros me recuerdan que la ciudad no esta muy lejos, me gusta, este incesante cambio de lo urbano y lo provinciano, el silencio, el cantar de las aves, el zumbido de una abeja, el ladrido de un perro y a veces, con suerte veo el paso de caballos montados cuyas herraduras producen un rico deleite para mis oí­dos.

Llevas seis años que pasaste a otra vida querido Juan Carlos y aún no logro deshacerme de la idea de tu repentina partida, siento como si estuvieres aquí­ conmigo y no puedo olvidarte del todo aunque no me duele tanto ya, te he dejado descansar mucho pero aún así­ me acuerdo de lo nuestro, te extraño y quisiera compartir contigo tantas cosas. Cuidate, dónde quiera que estes.

“Y la carta voló, curiosamente pegando un vuelo directo hací­a arriba como un avión lo hace al despegar, porque el viento era su amigo y se la llevó, se la llevó a donde él estaba, de seguro esperando en una de esas nubes blancas blancas y majestuosas”


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