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FUNDACIí“N DE Mí‰XICO EN 1325 : teocuí­catí­f

A. LITERATURA INDIGENISTA

FUNDACIí“N DE Mí‰XICO EN 1325 (teocuí­catí­f)
”id y ved un nopal salvaje: y allí­ tranquila veréis
un íguila que está enhiesta. Allí­ come, allí­ se peina las plumas,
y con eso quedará contento vuestro corazón.
¡Allí­ está el corazón de Cópil que tú fuiste a arrojar allá
donde el agua hace giros y más giros;
Pero allí­ donde vino a caer, y habéis visto entre los
peñascos de aquella cueva entre cañas y juncias,
¡del corazón de Cópil ha brotado ese nopal salvaje!
¡Y allí­ estaremos y allí­ reinaremos!
¡Allí­ esperaremos y daremos en encuentro a toda clase de gentes!
¡Nuestros pechos, nuestra cabeza, nuestras flechas,
nuestros escudos,
allí­ les haremos ver: a todos los que nos rodean
allí­ los conquistaremos!
¡Aquí­ estará perdurable
nuestra ciudad de Tenochtitlan!
¡El sitio donde el íguila grazna, en donde abre las alas;
el sitio donde ella come y en donde vuelan los peces,
donde las serpientes van haciendo ruedos y silban!
¡Ese será México Tenochtitlan
y muchas cosas han de suceder!
Dijo entonces Cuauhcóhuatl:— ¡Muy bien está,
mi señor sacerdote!
¡Lo concedió tu corazón: vamos a hacer que lo oigan mis padres,
los ancianos todos juntos!
Y luego hizo reunir a los ancianos todos Cuauhcóhuatl
y les dio a conocer las palabras de Huitzilopochtli.
Las oyeron los mexicanos.
Y de nuevo van allá entre cañas y entre juncias,
a la orilla de la cueva.
Llegaron al sitio donde se levanta el nopal salvaje
allí­ al borde de la cueva, y vieron tranquila
parada el íguila en el nopal salvaje:
allí­ come, allí­ devora y echa a la cueva
los restos de lo que come.
Y cuando el íguila vio a los mexicanos,
se inclinó profundamente,
Y el íguila veí­a desde lejos.
Su nido y su asiento era todo él de cuantas finas plumas hay,
plumas de azulejos, plumas de aves rojas y
plumas de quetzal.
Y vieron también allí­ cabezas de aves preciosas.
Y patas de aves y huesos de aves finas tendidos por tierra.
Les habló el dios y así­ les dijo:
— ¡Ah!, mexicanos: aquí­ sí­ será: ¡México es aquí­!
Y aunque no veí­an quién les hablaba, se pusieron a llorar
y decí­an: —¡Felices nosotros, dichosos al fin!
¡Hemos visto ya donde ha de ser nuestra ciudad!
¡Vamos y vengamos a reposar aquí­!


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