Imaginario mexicano

Allá con el Fausto se puede leer un tema que aquí­, en las oficinas de Sí­ndrome de Estocolmo, han venido de a último, generándose en la poca materia gris que aún le queda al jefe de los jefes en esta empresa de letras, Julio Sueco.

Lo digo así­ porque aquí­ hemos venido tocando el tema de los españoles para discutir tanto lenguaje como literatura de la vida de los gapuchines propios allá en Iberia. [La cosmovisión de los criollos de la Nueva España prior Independence day, es otro tema para otro dí­a], es nada más de quemarse los últimos 20 posts [sin obligación, off course].

Y aquí­ hemos descubierto un malestar que se expresa con otras palabras allá con el Transpeninsular cuya voz da fe de voces otras y perspectivas multiples. El caso es que se ha descubierto que a diferencia de los españoles el mexicano no tiene un imaginario hacia el futuro.

Es por eso que nuestro amigo Fausto hace bien en puntualizar que el imaginario mexicano gira entorno al pasado, a la muerte, a lo que pudo ser pero nunca a lo que puede ser.

El imaginario del español, abarcado en varios links aquí­ y aquí­, [reactancia de 1926 aquí­] tiene un dejo similar al del gabacho con Manifest Destiny. Hay una visión, un futuro. Manifest Destiny ahora abarca el planeta entero y con el tiempo ésta ideologí­a ha empujado a los gíüeros peregrinos de las 13 colonias a mirar más allá del tiempo que pasan en este terráqueo infernal. El español, por igual, así­ tiene esa visión de las Indias, o sea, hay posibilidad en el futuro, un otro más allá.

Este punto no lo goza el mexicano en general, para él/ella, no hay un imaginario similar dentro del colectivo mexicano ni mucho menos dentro del psique mexicano, por eso Miguel Méndez capta muy bien el fin [means and ends] del mexicano, ser amante de la muerte, con El Indio Cuamea 1

Miguel Méndez

Aunque nació en Bisbee, Arizona, en 1930, se crió en El Claro, Sonora; Don Miguel Méndez, como acorde extravagante de nuestra literatura sonorense, mexicana y chicana, se ha puesto a llevar su obra a otra parte, es decir, todos sus cuentos, novelas y poemas a recorrer el mundo. í‰l es una persona a la que no se le puede impresionar con eso de la globalidad y de la tendencia a un planeta sin fronteras, él es siempre fronterizo, habitante de todas y de ninguna parte.

Al correr de los años, el reconocimiento a su trabajo ha ido creciendo a paso lento pero de una manera bastante firme. Primero fue uno de los decanos del llamado movimiento de la literatura chicana; se le publicó en Estados Unidos y, después, en México.

Es amigo del Nobel Camilo José Cela (sólo por mencionar una luminaria de entre tantas que le han entregado su amistad), sus obras las han traducido a varios idiomas, incluso se le ha nominado como posible acreedor del máximo premio literario mundial; el premio Nobel de literatura.

Miguel Méndez En Europa

Durante la visita hecha por Martí­n Enrique Mendí­vil al viejo continente, pudo constatar con sumo orgullo cómo este hijo del Desierto de Sonora ocupaba amplios espacios periodí­sticos durante una de sus visitas a la pení­nsula Ibérica. En charla con catedráticos de la Facultad de Filologí­a Inglesa de la Universidad de Salamanca, Martí­n Enrique pudo presenciar el entusiasmo que despertaba entre ellos la obra de Miguel Méndez.

Don Miguel Méndez inquieta fuertemente a quienes tienen la tentación de creerse los dueños del idioma. Primero, a los mexicanos que nos sentimos muy seguros porque nos presumimos más hijos legí­timos de la lengua española que los chicanos o ”pochos”, como a veces se les ha nombrado.

Después, a los propios descendientes de aquellos que fraguaron el castellano en una oscura región entre Castilla y La Rioja, para plasmarlo por primera vez por escrito a través de las manos anónimas de un monje del monasterio de San Millán de La Cogolla, les fascina y angustia que el idioma cifre ahora su futuro en la América más extraña: No sólo en la que va del Rí­o Bravo a la Patagonia, sino la que se extiende a Estados Unidos mismo.

A don Miguel no le gusta hacer mucho ruido. í‰l trabaja. Pero uno no puede dejar de mirar a su incansable taller, de donde ha salido tanto pan literario y tan reconfortante.

Diez años de la primera edición mexicana de Peregrinos de Aztlán

Cuenta Martí­n Enrique Mendí­vil que una esquina fue el punto de contacto con Miguel Méndez. Ante sus ojos, la figura del escritor aparecí­a a lo lejos, intermitente, tras la ráfaga de autos. Una vez que se encontraron y mientras caminaban hacia la casa de su hermana (donde se hospedó durante los dí­as que estuvo en Hermosillo), Méndez comentaba sorprendido sobre la ciudad: ”Hace dos años que estuve aquí­ y el tráfico aún no estaba tan acelerado”.

Era noviembre de 1989 y en unas horas más el escritor chicano presentarí­a su novela Peregrinos de Aztlán (1974) en su primera edición mexicana (Editorial Era, 1989), en la Galerí­a de Artes de la Universidad de Sonora.

Entre el necesario calor de las tazas de café, Martí­n descubrió en don Miguel Méndez un sobrio y excelente sentido del humor, siempre al margen de la charla, la cual giró en torno a dos aspectos cardinales de su obra: la propia novela Peregrinos de Aztlán y su visión del movimiento de la literatura chicana, a más de veinte años de su gestación.

Entrevista realizada a don Miguel Méndez por Martí­n Enrique Mendí­vil (Fragmentos).

MEM: Don Miguel, al leer Peregrinos de Aztlán encontré rupturas de cuadros, es decir, una contraposición marcada de los pasajes allí­ descritos.
MM: Sí­. Peregrinos de Aztlán es una novela multiepisódica y fragmentada. Sus episodios son muy breves y contrastantes, con diversos niveles lingíüí­sticos variando la ubicación del tema.

MEM: ¿Qué edad tení­a Usted al escribir la novela?
MM: Como 26 años, y la terminé a los treinta y tantos, porque escribí­a otras cosas como teatro o cuento. Recuerdo que yo no, querí­a pensar en la publicación de la novela: Escribí­a y cuando la leí­a me asustaba su tono acusativo. No sólo querí­a reflejar la vida de los más desprotegidos, sino que allí­ sumé toda mi rabia. Yo fui uno más de los personajes que ahí­ aparecen.

MEM: En su obra, también, percibo una intención poética… Incluso he encontrado poesí­a suya en algunas Publicaciones.
MM: Sí­, tiene razón. Me gusta la poesí­a porque se presta para descubrir secretos del lenguaje. La poesí­a destruye clichés. Sin embargo, no me gusta publicarla aunque tengo la idea de que podrí­a hacerlo bien. Es muy difí­cil publicar poesí­a. Los editores no quieren financiar su impresión porque nadie quiere leerla. Me gusta más incursionar en la novela.

MEM: ¿Por qué es más leí­da?
MM: Es en cuanto a extensión. Hay aspectos que en la poesí­a y en el cuento no pueden entrar dado a su brevedad. En la novela me siento bastante bien. Es un desafí­o sostener ciento y pico de páginas más o menos redondeadas. Hay que ser muy creativos; se tiene que leer mucho, pero sin abandonar la escritura. Hay cosas que no descubres hasta que escribes.

MEM: Usted dice que le asustaba la crudeza que mostraba en Peregrinos de Aztlán pero, por otro lado, también encuentro trozos surrealistas, por ejemplo, ese pasaje donde el indio Cuamea, enamorado de la Muerte la seduce.
MM: Alguna vez me pregunté el por qué de ese capí­tulo y se me ocurre que lo hice porque a veces nos rebelamos contra tantos tabúes y quisiéramos destruirlos y no actuar de manera tí­mida. Y claro, también, me subyuga la cultura de los yaquis, su carácter tan férreo. El amor de Cuamea no era platónico sino sensual. í‰l querí­a poseerla y la persigue y cuando lo logra es terrible.

MEM: La tradición mexicana de la Muerte une lo trágico con el humor. En su novela frecuentemente se da la yuxtaposición de estos dos elementos.
MM: Sí­. Se trata de algo trágico-cómico. En Peregrinos de Aztlán yo me negaba a usar un lenguaje vulgar o palabras fuertes, pero al leer lo que llevaba escrito me dije: ”¿Cómo está esto?” Yo oí­a hablar a esas personas y no eran tan comedidas, sino fuertes en su expresión. Y empecé de nuevo la novela, haciendo una fusión del lenguaje directo, el rebelde y el lí­rico, con 1a experiencia que me daba el quehacer literario.

MEM: ¿Se puede hablar, entonces, de una literatura chicana sólida o de sólo algunos elementos destacados como Usted o el poeta Alurista?
MM: Hay algo que pasa en todas partes: entre muchos literatos sólo las obras de algunos pasan a figurar como clásicas y otros, a pesar de sus esfuerzos, se quedan al margen. Pero creo que la literatura chicana es sólida y se proyecta de una manera audaz.

MEM: ¿Qué tanta es la aceptación de los mexicanos ante la literatura chicana? ¿Qué tanta la de los angloamericanos?
MM: Hay un reconocimiento de la literatura chicana que no se otorga así­ nada más: Debe haber un impulso más. Yo me siento muy bien con los chicanos y también como pato en el agua, entre los sonorenses.

MEM: ¿Y los planteamientos de ”no ser de aquí­ ni de allá”? Existen personas a las que les pesa mucho lo de las dos culturas…
MM: No en lo personal. A mis personajes no los detiene nada: Cruzan fronteras. í‰sa es la virtud de la novela, el cuento o el poema. En la novela fronteriza existen convergencias y divergencias (son más las divergencias); esta literatura puede ser llamada igualmente ”del noroeste de México” o del ”sudoeste de Estados Unidos”. Y es natural: Es una zona fronteriza con semejanzas culturales.

Fuente:
Revista Cultural Perfiles, con fecha 16 de mayo de 1999.
(Entrevista originalmente publicada en la revista Mucho Gusto:
Arte en sus Sentidos, número 1, octubre de 1990, Hermosillo Sonora).

Colaboración:
Federico Fuentes Pérez

, Peregrinos de Aztlán. Y ese es nuestro imaginario.


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