Yonder Lies It

tunnelbanan i Stockholm, tiggare och de kastlí¶sa

Disfruté mucho del Metro del DF. Me gustaba recibir los billetes por tiras, así­ que me compraba siempre 20 lo cual no duraban mucho, muchas citas, muchos cafes, muchas visitas, muchas vueltas. Entré y salí­ por muchas salidas y entradas. Esos boletos me daban no sólo un viaje por la red del Metro sino también el derecho de viajar por toda la red todo el dí­a si yo quisiera siempre y cuando no me saliese de él. La que más me gustó fue la que corre entre Zócalo y Pino Suárez. Ahí­ compré varios ejemplares que ahora estoy leyendo. Mas lo que más me gustó fue el brí­o que se dejaba ver entre la clase más pobre de la ciudad, y más me asombraba su ingenio para hacerle sacar dinero a la gente, siempre y cuando no fueran detectados por la policia o los agentes de seguridad del Metro.

Una de las maneras que nos hací­an aflojar la cartera los ganapánes de la ciudad es por medio de la música, ahí­ no hací­a falta de variadad para hacernos llegar ese mensaje, esa apelación a la solidaridad con el prójimo que con la música. Los hay desde invidentes que con bocina y un pequeño karaoke a su disposición sonaban las cuerdas de sus vocales para que aflojaramos una lanita hasta teperochitos que por ganarse un peso o dos cantaban, lo que fuere pero soltaban con brí­os el pesar que les cargaba. También vendí­an CD’s, piratas claro, en formato Mp3, me acuerdo que hasta me daba risa el sólo escuchar ese grito del producto, la novedad.

Aunque nada me impactó más que ver jóvenes tirarse al suelo haciendola de faquires urbanos. Los que a mi me toco ver eran adolescentes, sin duda alguna ya de lleno en las garras de la drogadicción, pues los miraba uno mugrosos, llenos de costras, sucios de su ropa, causando reproche visual y asco mental, rogándole al pasajero indiferente que lo que hací­a lo hací­a por no robar o hacerle algún daño al prójimo. Sacaban una camiseta con ese color olivanegro de tener varios meses trillada, de seguro por el asfalto, el cemento, donde los jóvenes se tiraban a dormir. La arrojaban al piso del vagon, llena de vidrí­os, o por lo menos eso intuí­a uno puesto que nunca me acerqué demasiado para ver si en verdad eran vidrios, sonaban a eso, es todo. Después se disponí­an a acostarse al suelo donde los vidrios estaban. Arriesgaban su piel, su cuerpo al filo de las pedazos de vidrios para causar un entretenimiento a fuerzas para los pasajeros impasibles.

Aquí­ en Suecia no se llega a esa exageración.

Mas hoy recibí­ una noticia que me puso un tanto triste. Por el Metro de Estocolmo ya era usual por estos dí­as que la pobreza se dejará ver, y al sueco, si algo le incomoda es que la realidad se le eche encima sin su permiso. Se dejaban ver niños pidiendo lismosnas. No eran niños suecos. Me imaginé que eran niños de immigrantes indocumentados, de esos que se les escapa a la migra sueca y se esconden o bien podrí­an ser gitanos finlandeses. Lo único que sé es que hací­an justo lo que me sucedió más de una vez allá en el DF. Pequeños niños me dejaban pedacitos de papeles en las piernas con el mensaje de que si por favor no podí­a uno darles alguna moneda. Allá en el DF usualmente se hací­an pasar por sordomudos y aquí­ más de una vez lo viví­ también mas aquí­ la variante es que se alega que no se sabe el idioma y por ende el destierro en que se vive, el mensaje es pedir dinero para el albergue, la comida. O si no era también usual encontrase con yunkis, en krona, en krona? pidiendo dinero para su vicio sin detenerse mucho a explicar el porqué la suplica, sí­ alguien soltaba una moneda, se daba las gracias y hasta ahí­. Por igual, los músicos se estaban apoderando de las ví­as subterreaneas de la ciudad de Estocolmo. No era inusual ya escuchar los ruidos de los acordiones turcos, de las arpas rusas y las flautas de los peruanos. La atmósfera era una donde me transportaba a mi tierra, me hacia acordarme de mis viajes en los buses, de los cantantes que se suben a la burra y así­ hacernos perder el tiempo o olvidarnos un poco de nuestros malestares personales.

Mas se acabo el cuento. Desde ahora en adelante el comprar un boleto en el Metro de Estocolmo, conocido aquí­ como tunnelbanan, sólo dará derecho a viajar en él y no a otra cosa. Regularización de lo feo, me viene a mente.


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