Yonder Lies It

first arrest

Recuerdo muy bien ese dí­a. Habí­a yo caí­do a la semi por 1ra vez, no sé como estuvo el pedo, pero me morí­a por dentro, me traiban preso. subimos las escalares bajo custodia de los placas. Así­ se les decí­a a la policí­a. No recuerdo con quién caí­ ahí­, a ser verdad. El pedo es que caí­. Estaba en problemas. Fue redada. De esas de las 1ras. O la 1ra en el Maya 13, mi barrio. El caso es que acabamos en lo que se conocí­a, si no me falla la memoria como la semi. Separos para menores de edad. Estaba en la famosa calle 8. A un lado de la semi estaba la cárcel para los adultos y después la estación de bomberos. Al entrar nos topamos un un personal profesional para tratar a menores de edad. Y solo nos tomaron el nombre y nos condujeron a nuestras celdas. Y ahí­ adentro nos topamos con los pelones. Morros que acaban depilados porque eran piojosos y peor tantito, de la calle. En aquella Tijuana de los ochentas que si los habí­a. Lo que recuerdo es que llegamos de noche. La población de los separos de menores ya estaba rolada. Llegamos y nos enseñaron en dónde í­bamos a dormir. Las miradas esas que nos recibieron calaron bien culero. El miedo por toparse con raza felona era palpable. Ya uno escuchaba los rumores. La imaginación se disparaba a lo loco. Esa 1ra noche, torcido, y lejos de casa, de la familia, caló.

Nos subimos a los catres y la luz de las lámparas fluorescentes hizo su sicologí­a. Ese tipo de lámparas son las más culeras en situaciones en donde uno no tiene el privilegio de libertad, en arresto. Ni como dormir, pero si algo he tenido como costumbre es que duermo no importa el entorno. Al despertar acabamos en el patio. El patio en sí­ era interesante. Era un pasillo cuyo techo era una red de alambres para gallineros y demás artilugios cuyo fin era más dejar pasar el sol y el cielo que evitar que alguien se escapase. Corrí­an aquellos años de Tijuana en que se podí­a apreciar un esfuerzo en enderezar a la juventud mediante las instituciones. 1982 si no mal recuerdo. Amaneció y al desayunar nos llevaron a ese pasillo, área común de los menores en separos. Cada quién agarró un cacho ed la pared mientras esperábamos.Al poco rato empezaron las preguntas. Ahí­ hay un documento sobre esa estancia, quién sabe que dije pero creo que hasta salí­ en el periódico, la vergíüenza. Bien torcido por mariguano. Ya después llegó mi santa madre, que ni santa, pero vino a reconocer a su hijo.

Aprendí­ dos cosas esa mañana. Ahí­ supe, por 1ra vez que secar las venas de los plátanos conllevaba a una locura si uno secaba las venas del plátano y que chiquitear era un acto sexual anal. Un sayo de playas contó cómo él chiquiteó a una morra. El cuento me aterró un poco, aún era virgen yo. Sentado contra la pared absorbí­a la historia. Hasta que llegó mi jefa. Recuerdo que me llevaba un guardia y vi a mi madre alegre o como una dama, de las pocas que radiaba orgullo de una responsabilidad como la de ser una madre. Yo tení­a vergíüenza y ella pintaba una sonrisa. Se que escuchaba atentamente a la psicóloga. De las pocas veces que se comportó como madre. Me fue a recoger o reclamar como suyo. El pedo es que acabó con una plática con una psicóloga. Y yo feliz por haberla librado.


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