Lo curioso.
En Tijuana yo nunca sufrí racismo.
Sabía de una cierta envidia que me daba, es más presentía algo más cuando miraba en las clásicas novelas de la tarde que la raza blanca era mucho más favorecida.
Ya en la calle la cosa era distinta, en retrospectiva, me doy cuenta que si practicábamos el racismo, el peor insulto que se le podía dar a alguien: ¡pinche indio! partió de mis labios más de una vez.
También me acuerdo que no jalábamos en ciertos jales, como vendedor de agua, ni mucho menos vender tamales o paletas, esos jales eran para ’indios’.
Ya en California sufrí en carne propia el racismo que por años, por ser mayoría, nunca sentí, tardé rato en darme cuenta, pero a los años de no ser promovido en mi jale y varias veces negados ciertos servicios por el color de mi piel o prestamos de banco por mi nombre y apellido, husmeaba algo ya.
aquí en Suecia es diferente.
Aquí me discriminan por algo que hasta me dio risa cuando lo supe.
El objeto de preferencia a discriminar: el color de mi pelo.
Tener cabello negro en Suecia te relega a un estatus de minoría casi cómico; lo curioso es que mis ojos color marrón se les hace una cosa exótica. Y es que aquí la ’mayoría’ son rubios de pelo y gíüeros de ojos azules, pero para este verano ya tengo planes, pienso ponerme más prieto que un pinche frijol negro de Guerrero para que se agíüiten de a verdad los cabrones ….
Go figure out humanity.