Como muchas otras cosas en mi vida, este día no se ha hecho sin tener en mente el desastre que es mi vida. O así lo pinto para las torturas mentales a las que expongo mi diario devenir. La alcantarilla en que sumerjo la esencia de mi vida hace lo que debe, apestar cada aire que respiro. Y claro, a pesar de que el estupor parece engañarme, siempre está consciente de que así no lo es.
Pero caminé, como suelo hacerlo en otras ciudades que no sea en la que vivo. Tal pareciese que la locura tuviese un poco de cordura.
Las calles de Gotemburgo siempre ofrecen el matiz de todo lo contrario a lo que vivo en los Altiplanicies de Suecia. En Gotemburgo hay contrastes como en cualquier otro país tercermundista mientras que en el pueblo el infierno es grande. Todos se fijan en lo que uno hace. En Gotemburgo a nadie le importa quién seas tú.