El cafe estaba frío y las meseras ni lo peleban ya. Nunca uso reloj porque le molestaba saber la hora del día y ahora que era de suma importancia no sabia ni pedirla. Por eso se levantó de la mesa echandole una última miradita a la mesera esa de falda cortita y salió caminando por las calles llenas de gente conocida. Miraba por los edificios a ver si le brincaba por ahí las manillas de algún reloj desvalagado por la pared de un inmueble en vano. Se metió las manos a los bolsillos en resignación y se fijó en un periódico, aún no llegaban los vespertinos. Se miró los zapatos que se compró antier cuando se paró a ver el matutino, todavia relucian brillo de nuevos pero aleguas se veía que los calcetines no le hacian juego. Al darle vuelta a la esquina se topó al otro lado de la banqueta con su más reciente ex. ’Hola!’ le gritó, pero ella con el pelo meneandole para los lados le ignoró porque los vientos le daban la contraria y el saludo vino a parar a unos oidos ajenos molestos de haber recibido ese amigable saludo de un completamente desconocido por la calle. Siguió su camino y el sol lo calentaba de tal manera que un sudor se le empezaba a formar en la frente. No quería limpiarselo porque traía camisa de manga larga, de esas blancas de lana, y sabía muy bien que la frente tenía ya un buen rato paseandose por el smog ese que los medios de comunicación a diario nos querian hacer creeer que era aire.
Al ver el semáforo de la calle Agustín Iturbe pudó ver como los carros al ver su pase acelerarón su carrera al mismo tiempo que los planes y sueños de su vida le empezarón a venir uno por uno. Ya habían pasado dos años desde que terminó su carrera y tres que su comprometida lo había dejado atrás por una idea que se le metió a la cabeza cuando estaban bien entrenzados una tarde que se les ocurrió hacer el amor adentro de una sacristia mientrás el padre oficiaba misa. De lejos vio su departamento que nadie visitiba ya, los años sólo lo hacían más sólo en esa ciudad sin dormir. Tenía los 27 cumplidos y cuando los cumplió fue pura familia a visitarlo, los demás, sus amigos, ya todos casados o en pleno gozé de sus carreras. Nunca se le ocurrió que los días eran sólo una marcha hacía adelante. Las horas para él no eran más que una rutina de otros. Entró a su departamento, y se sentó en su viejo y cada día más comodo sofa. No era muy seguro que las doce iban a dar algún día para él.
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