Tratar de comprenderse a uno mismo es una ardua labor. Mas si se trata de apacigíüarse a uno mismo. Creo que no hay mayor incomprensión al ser humano que la incomprensión de uno mismo. Tenerse paciencia, ser comprensivo con uno mismo, luchar contra los demonios que le acosan a uno con el solo propósito de liberarse de ellos para poder lograr un poco de sanidad, cordura, adquirir un nirvana del presente sin tener que lidiar con fantasmas del pasado y tratar de comprender el enredo, pues eso.
Hay que luchar por la paz interna. Parece que no se sabe apreciar la paz interna pero es uno de esos tesoros que nadie sabe de él hasta que otros la adquieran y de repente todos desean obtenerla. Las religiones, cuyo monopolio en este terreno es indiscutible, saben explotar esta mina. Estar en paz con uno mismo vale su peso en oro. Yo creo que por eso admiramos la luna, las olas estrellarse en la arena, el momento que nos elude y que anhelamos. Queremos poder ver sin que nos afecte, queremos admirar sin dejar que influya en las venas que corren por el cuerpo de uno. Pero el ver requiere un precio. Para poder disfrutar de las linduras de una luna brillosa, de un mar espumoso, y ver el ideal delante de nosotros, tenemos que sacrificar todo lo que hay hoy y por delante. Tendremos que burlar al burro con una zanahoria.
La tranquilidad cotidiana es una comodidad fácil de adquirir. De hecho, se presta a cualesquier situación y es disponible a cualquier hora. Lo es porque la paz interna es un estado mental que todos pueden controlar. Como todo, hay que pasar por el puente cuyo guardia es un cerbero. Para poder llegar a esa paz mental habrá que pasar el puente entre el alma y la carne. La carne siempre tiene prioridad primordial durante el día y durante la noche, la carne sabe que ella y solo ella controla a la mente y el alma y para poder obtener libertad de ejercitar sus poderes tendrán primero que tomar las riendas de lo corporal. La carne es un cerbero celoso de sus dominios, hará todo lo posible por dictar al ego mental y espiritual, achicarlos, no mucho, lo suficiente como para darles esperanza de poder remodificarse, de poder reinvindicarse ante la carne.
Uno de los chistes de estos negocios es saber que la paz está siempre enfrente de nosotros. Saber cuando abandonar y dejarse abandonar es una de esas claves esenciales para poder disfrutar de una buena paz, dejar todo transcurrir y darle paso al tiempo y que corra como corre el tiempo para cicatrizar las heridas. Es un proceso de transformación lenta pero rápida y eficaz. Tan rápida y eficaz que habrá que tomar conciencia de ella y dejarla escurrir con los segundos que parecen eternos y que sacan de quicio hasta las almas más pacientes del mundo, ergo Jesus y su grito de miedo al sentirse abandonado.