Me machuqué el dedo. O un dedo. Un dedo de mi mano derecha. El anular para ser más exactos. Digitus IV manus.
Contaré. No quiero entrar en muchos detalles pero diré que me sentía nervioso durante el acontecer y por ello el tropiezo.
Estaba cerrando una puerta que requiere de una candado de llave. Usualmente, para cerrar uno de esos candados, se requiere de un poco de fuerza para empujar las anillas o armellas del candado para engancharlo.
En mi nerviosismo casi ví acontecer el dolor pero antes de poder hacer algo al respecto el dolor de mi torpeza se hizo presente mediante los mecanismos usuales: mentadas de madres, insultos a mi misma persona, una letanía de arrepentimientos por mi torpeza y la calma que suele acompañar un dolor de gran envergadura como lo suelen ser cortaditas de papel.
Lo curioso de esto es el derrame que hice durante el transcurso de mi herida. En realidad no pensé que la pequeña mordedura de un anillo de un candado me transportara a un mundo de personas cuyas personalidades nunca antes había visto.
Llegué a la oficina de un contador y lo que pensé sería una simple desgarradita de pellejo de mi dedo anular resultó ser todo un derrame de sangre. En realidad no sé que usual es que los suecos se chupen la sangre, pero por lo menos yo tengo la costumbre, como muchos otros de mis paisanos, de chuparme la sangre si es que sufro cortaditas o estupideces como la anteriormente mencionada. Así que como si nada, mi propósito era entregar un papel a la contadora cuyo sexo ha sido en este momento delatado. Como es invierno suele uno llevar guantes que me quité al entrar a la oficina de la contadora. Pensé que mi herida no era de gran envergadura, mas cuál no es mi sorpresa al verme derramar sangre y manchando mis dedos y quién sabe qué. Y ahí me tienen, chupándome mi sangre para detener la hemorragia de desgarramiento carnal por culpa de un candado. Pensé que me iban a ofrecer un curita o por lo menos un ¿qué te pasó? Nada. He ahí lo sueco y mi insistencia que los suecos operan como operan en mi país. Me ven chupándome la sangre de mi dedo por una herida y como si yo solo pudiere resolver los problemas del mundo que me aquejaban en ese instante, casi me sentí ofendido a no ser porque en mis razonamientos razono que estoy en otro país y cosas como ofrecer ayuda al ver alguien derramando sangre no significa que se necesite ayuda de otras personas para aliviar al Otro. Una gota de mi sangre manchó el piso de la oficina que por suerte, debido a que percibí que así hubiese pasado, noté que había caído en el piso. Pedí una toallita para no dejar la mancha de mi sangre roja el piso de linóleo. Limpié y use la misma toalla para cubrir un poco la herida. Salí de ahí desconcertado y sacudiéndome el flujo de emociones que sentía en ese instante.
De ahí a una tienda de pintura.
Sin mayores prejuicios o vergíüenzas procedí a abusar de las amabilidades de las empleadas en el lugar. Me dieron una toalla de papel al pedirla y cuando pedí un curita, me lo dieron. Mi nerviosismo me acompañaba, noté una mujer de interés que pensé como candidata para mi vida a la cual deseché como posible candidata así como suelo hacerlo con la mayoría de las mujeres que me despierten un interés por ellas. Al pagar por los botes de pintura que pedí me percaté de que había manchado con mi sangre la esquina de uno de los billetes de a cien coronas. Mi impulso fue sentir terror al verlo y ante el miedo de que lo vieren le di la vuelta al billete para esconder la mancha.
Yo vivo en otra era. Las actitudes de la gente al ver sangre ya no son las mismas con las que crecí, por lo menos en este país llamado Suecia. Yo pensé que la gente sentiría horror al ver sangre, pero nada, todo tranquilo y el único en pánico era yo. Inclusive como cuando al pedir un curita la mujer que me ayudó a cubrir la herida no sintió el menor pudor de ayudarme a ponerme el curita mientras que yo esperaba todo lo contrario.
No sé si la idea del dolor se hace presente porque estoy pensando en ello ahora mismo, me miro la herida, y recorro lo acontecido. Se me hace curioso lo que una mordedura de un candado puede encerrar en un momento tan simple como lo es cerrar una puerta.