Era negro, lodo negro, y medio brillocillo. Su composición consistía de varias formas de agua, de lavar ropa, de enjuagar los trastes, de agua sucia de trapeador y hasta de lavarse la boca. So eran aguas negras y corrían libremente por el drenaje al aire libre. Ahí donde el agua no corría los carros que pasaban por ella se encarcaban de hacerle nuevos zurcos para que siguera su camino y era cuando levantaban un olor desagradable, pero las matas crecían muy agusto cerca de ahí, la naturaleza sabe sobrevivir. Las casas eran hechas de madera, retazos de triplay y rejas improvistas que hacian al más optimista creer que su hogar era un castillo, así era con los Godinez, vivían ahí, eran de otro lado del país y no hace mucho que fueron a dar al cañon. 20 años atrás unos mal-llamados paracaidistas llenaron el baldio y de la noche a la mañana un pueblo entero se asento, pero los Godinez son nuevos, si apenas tienen 12 meses que compraron el terrenito, un pedazo de tierra que ellos llaman suyo en las faldas del cerro cuyo suelo era tan virgen que nunca llevo nombre. Se trajeron a toda la familia, la esposa, la abuela de 90 años y sus 3 hijos todos menos de 8 años.
En la noche se oían gritar de alegría, en ese pedazo de tierra donde la gente se robabada la electricidad y las risas de niños llenaban el cañon de promesa, al rato pavimentan, pensaba Lupe mientrás la abue miraba callada las estrellas de ese nuevo cielo.
Era gente con vision, creían y el mañana siempre es mejor con ellos.