Morir, eso que ni qué. Hay miles de refranes, dichos y quién sabe qué más palabras entorno al tabú ese de morir. Un compañero de trabajo tiene la costumbre de decir que ”todos vamos para allá”. A los 40 ni en qué más pensar sino en la mortalidad del cuerpo. Todo ronda ante lo inevitable.
Por estos días me da por pensar cómo habré de morir. Un infarto, un cáncer o un mal físico es lo más común. En segundo lugar un accidente í la mexicana, como dicen en el periódico español El Mundo: Y es que México tiene la habilidad para que los accidentes parezcan atentados y los atentados parezcan accidentes [Jacobo G. García | México sábado 12/11/2011 ].
No estoy obsesionado con la muerte, pero sí pienso en el como moriré. Ha de ser natural al comportamiento humano pensar en eso. Y no es que acote mi vida o que este traumado por ello, es simple una de esas cosas de seres cuarentones.
Al escribir esto estoy bien de salud. Si a lo mucho me preocupa que quizá beba demasiada cerveza o que los kilos me ganen y que no haga ejercicio como debería.
Pero cualesquier dolor basta para darle combustible a la imaginación. Cualesquier dolor basta para imaginar una serie de escenarios que conllevan no a un hospital o una curación sino una muerte lenta y agonizante. A qué se debe ello no sé. Pero intuyo a que se debe a que sé que tendré que entregar lo prestado. No, no tengo problemas de hipocondría, para nada, pero se acerca, se acerca.
De hecho no me gustaría vivir más de los 80, me dije a mí mismo hoy. Antes por cuestiones supersticiosas y males otros me daba aires de que vivir hasta los setenta bastaría. Hoy pensé más allá de ello.