Francia

Résidence officielle des rois de France, le chí¢teau de Versailles
Résidence officielle des rois de France, le chí¢teau de Versailles
Estuve en Francia, Parí­s. La semana pasada para ser exactos. A ser verdad se me hizo como cualquier croquis al que hay que saberle navegar. No sé porque Parí­s nunca me ha prendido las llamas de la pasión. Dicen que es la ciudad del amor. Yo la camino solo para buscar sus tesoros culturales, ver sus muertos o admirar lo cotidiano. Así­ de sencillo. Es grande, eso que ni qué, pero eso no le quita que uno no sepa dar a donde uno tenga la intención de ir. Su infraestructura es simple y fácil de aprender a entender.

Estuve en los lugares clásicos. Sin estrés. Caminé las calles como si fueran mí­as. Eso hace la visita un poco agradable, no la presión de esos impulsos desgastadores de tener que ir aquí­ u allá porque hay que verlo siempre y cuando uno está en Parí­s.

Es mi segunda vez y la verdad esta vez no fue como la primera. Las memorias, sin embargo, se hicieron sentir. Y por eso quiza no pude disfrutar de la ciudad como debiese haberlo hecho. Los lugares comunes del turismo que antes tení­a que ver porque en la primera vez, hay que tener que hacer todo en un dí­a o andar a prisas por ello, infligieron dolor.

Mucho tendrá que ver con el idiota ese que vio Parí­s aquella primera vez, fui un puto idiota que no mereció ver a Parí­s. Verán que los sí­mbolos, las pinturas, las estatuas, las puede manchar el recuerdo con los actos de uno. Un pleito, un disgusto, una querella, eso deja su impresión en las cosas y las cosas de Parí­s, esa ciudad de inmensas posibilidades, no ofreció misericordia al nuevo yo, al este de hoy y gracias al idiota del aquel entonces, las calles y sus habitantes reconocí­an en mi un puto imbécil.

Pero la culpabilidad dio campo a saber vivir de los errores aquellos. Mientras el dolor era intenso, yo disfrute un poco de sus bares que me parecieron sedadas por una atmósfera que no logré de entender del todo. Parí­s relució por su silencio. El Metro, y los parisinos se me hicieron sumamente callados, no habí­a desgaste verbal ni alborotos tí­picos de una cultura latina.

¿De qué sufre Parí­s?

Ambos sufrimos sin duda, las memorias de algo, y en eso nos pudimos comprender Parí­s y yo.

En el silencio, en el dolor.

Acá en FB unas cuantas fotos: http://www.facebook.com/media/set/?set=a.267630409945316.59302.100000950771994&type=1&l=e8ac66984d

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