No, no me refiero a la técnica de dibujar al estilo de Michelango. Me refiero a que hoy tuve una de esas clarividencias que deshilan el misterio del comportamiento sueco. Y es que, estimado lector, como observador del comportamiento sueco, una de las cosas que al transcurso de los años se puede pronosticar como una de esas señas que salen de la naturaleza, a excepción de que este es un comportamiento generalizado, es ver cómo es que los suecos, como un buen latino buscaría la sombra en pleno verano o día caluroso, se acerca a la oscuridad, huyendo deliberadamente de la luz.
Lo comprendí hoy cuando escuchaba a las chicas del instituto en que enseño español e inglés cantar esa tradición sueca de celebrar Santa Lucia mediante canciones que alaban la bienvenida de la luz y el fin de la oscuridad. Comprendí porqué antes de la celebración de Santa Lucia es imprescindible acercarse a la oscuridad para acercarse minimamente a la experiencia de que hay un fin al ciclo sombrío, fue tan simbólico todo aquello.
Para ser franco nunca he comprendido porqué mis estudiantes prefieren la oscuridad del salón siendo que siempre y al cabo las luces del techo proveen la luz que el día carece. Ellos siempre me han contestado que es mysig, o sea, íntimo, estar así, sin luz, en las bancas del salón, esperando la lección del día que les tengo preparado y sí acaso.
Comprendí que es un desenlace de éxtasis que los suecos acostumbran llevar acabo como las preparaciones de la Guadalupana lo harían hasta el 12.
Y así, fue el día hoy.