Un ruquito llegaba con su carroza llena de frutas a nuestro vecindario allá por la calle Tercera. Jamaica, piña, sandia, naranjas, uvas, papaya, y mangos, hmmmm, mangos, de niño esa era la tentación. Una vez hasta me robé un bola que un mecánico dejó en su taller, lo hice trizas y después fui con mi cara de niño a decirle que si me lo canjeaba por un mango. Supo rico, la tentación y el crimen en mi paladar. Las frutas son algo especial, en Tijuana hacen unas ensaladas bien ricas. Les ponen cottage cheese, miel, pasas. Los más caciques llenan de manzana y platano los platos, y el tope es puro adorno, más si le ponen fresas, y los exquisitos son las que vienen cargadas de mango, papaya.
Aquí en Suecia las frutas de mi niñez adquieren un status migratorio bajo las auspicias de lo exótico. Me las arrumban a un rincón donde resaltan por su inusualidad y muy pocos se detienen a verlas, olerlas, admirarlas, sólo yo, y los demás que como yo que las han vivido. De immediato entro a otro mundo en esos estantes y la luz que las vuelve a ellas diferentes de repente cae sobre mi. Yo también soy diferente y como a ellas, el descuido es aparente. Se miran pasadas, arrugadas y unas en su punto ni quién las pele. Les paso mi mano, la piel tosca de la piña, el cascarón peludo del coco, a veces queriendo sentir algo en ese mercado sueco que sé no es posible, pero sí me transporta, a otro mundo y una sonrisa se me refleja. No hay mucho sueco dándose la vuelta por esos lares, si acaso una vuelta como en un museo, viendo pinturas de lejitos, con ese interes de fine coture.
Aquí los mercados no saben tratar ese tipo de frutas, mucho menos las verduras. Hasta hace poco tenían los aguacates en la zona frígorifica hasta que se percaratón que duraban y se maduraban mejor bajo temperatura normal.
Las hierbas como Yerba Buena y el Cilantro son raras también, antes sólo las vendían en polvo, ahora de vez en cuando me encuentro cilantro en la gran ciudad y cuando paso por sus lado me doy un jalón bien chilo, huele a México, vuelvo a mí.