En mi estancia en el DF durante el 2004 nunca fui a Iztapalapa. Las múltiples voces que el DF susurraban las maravillas de la delegación desistían de sus esfuerzos al toparse con mis infectados valores humanos. Nunca fui, claro, mi estancia fue en Marzo y la mera idea gráfica de verme en ese mar de gentucha hizo sacar a flote mis peores valores medioclaseros. No me dejé bañar por el pueblo en pocas palabras. Iztapalapa viene a mente no por ser una pequeña efigia mental de lo que suele bombardearnos el mes de marzo en las Filipinas mediante los medios que nos informan sino mediante la tristeza que nos causa la política mexicana. Desde mi cómoda silla en Suecia, o como diría Chango100 aka Manuel Lomelí en su extinta página de pittylist , – Vivir cómodamente en Suecia mientras llora por México -, veo con asombro y tristeza la vil manipulación de políticos por la insensible e arrogante clase política mexicana. No es difícil poder comprender las leyes que operan dentro del diario devenir del mexicano. Cualesquiera que haya leído la Pirámide de Marlow podrá comprender cuán fácil es manipularnos en estos momentos tan críticos para nuestra consciencia.
Veo con asombro la traición anunciada. Los mexicanos queremos creer. Es por eso que tipos como yo creímos hasta que se confirmó la indeseada verdad: Rafael Acosta ”Juanito” sucumbió ante la presión, creo que toda buena lectura de los periódicos mexicanos durante las últimas semanas desde que terminó el ciclo electoral podría intuir que los malos de la política mexicana ya se olían el débil carácter de ”Juanito”. No son pendejos ni un segundo, le habrán hecho por ahí un perfil psicológico y dando con su talón de aquiles pues procedieron con toda la calma del mundo, nada podría ya salvar a ”Juanito”. í‰l no queda mal, el que queda mal es AMLO, pues no supo asesorar el carácter de ”Juanito” y eso lo hace quedar mal. No vivimos hace cien años atrás, vivimos hoy. Y es por eso que veo a Carlos E. Pascual frotándose las manos.
Veo con tristeza la situación política de nuestro país porque está claro que carecemos de consciencia colectiva, de principios políticos e integridad propia como para poder sentir más allá del grujir del estómago, la ambición personal de superarse sin pensar en el Otro.
Comprendo a Rafael Acosta ”Juanito”. Y es que los mexicanos no estamos acostumbrados a tener integridad, no creo que sepamos cómo practicarla más que en casos de absoluta necesidad.
Aún así, ¿de qué otra sopa nos queda con estas arras que nos tocan?