1977

Estando en los EEUU siempre fui lo que los gabachos llaman un illegal alien. Esa es una composición netamente legal, nada que ver con la gente y la cultura que compone nuestra sociedad. Me llevaron de escuincle a Los, tendrí­a algo así­ como 8 años cuando cruce la frontera de manera ilegal, por primera vez, en una wayina, Chevrolet. Yo iba atrás, tení­a las ordenes de hacerme el dormido, pero a mí­ no se me conoce por obedecer mucho y hice lo que se me pegó en gana, puse los brazos encima del asiento de atrás y descansé mi quijada en el vynil del asiento, estaba mirando cómo cruzábamos, ante el nerviosismo de mi pariente, sólo alcanzó a decirme, así­, así­ quedate César, vas bien, el migra ni nos peló, puro mexican iba abordo del ranflón aquel. Era de noche, lo único que recuerdo de esos lares estando ya allá pues, era que the Star of India, estaba brillando con mucho esplendor esa noche, llena de luces, todos nos sorprendimos de la hermosura de ese barco, í­bamos rumbo a San Francisco, donde mi xente viví­a en aquellos entonces.

Morrillo que estaba luego luego se me pego la tataracha, ya cuando llegué a Tijuas de nuevo no sabí­a español, llegué con mi certified Pocho title. Antes de irme habí­a cursado la Alba Roja, y como ya no viví­amos por la Tercera, si no por la Segunda, me tocó la Gabriel Ramos Millán, por la Zona Norte cuando regresé de mi estancia de dos años por allá. La raza luego luego se dio color de mi, era la sensación pues, me pusieron el alias “el Americano”. El puro pegue con las morritas hasta que se me salió un pedillo en el salón cuando regresaba de recoger un papelito del escritorio del profe, todos se rieron de mi, y la normalidad se esparció, como aquel gasesito, en el aire, después, a los meses, en ese mismo salón veí­amos como salí­a el humo de la tienda Dorian’s cuando se quemó.

Lo malo es que estando en Los iba pasar a quinto y los nacionalistas celosos que componí­an la ciudad de Tijuana de aquellos entonces tení­an el sentimiento que la educación gabacha era de lo peorcito en este mundo y me retacharón a tercero, ni modo, ni que hacerle ahora. Era como ese mito que la gente se traí­a antes, según la raza los niños mexicanos tení­an mejor salud que los enfermizos gabachitos, pues según ellos esto se debí­a a que a nosotros nos dejaban jugar en la tierra y los gabachos, siempre conscientes de su limpieza no dejaban que los microbios se asentaran en los niños gringos, lo que no producí­a mecanismos de defensa, puede que haya tenido razón la raza, ¿yo que sé? Mi infancia en esos dí­as era casi un paraí­so.

Me acuerdo de una vez que brincamos el cerco de la lí­nea, La escuela queda ahí­ a raz de la lí­nea, lueguito lueguito, habí­a un parque infantil que se devisaba desde la escuela, y una vez nos fuimos a jugar, al otro lado, no recuerdo haber sentido ninguna sensación especial al cruzar el cerco, no existí­a bordo en esos tiempos, era de abrir la malla nomás y ya estabas en Los, jugábamos en los columpios, en los resbaladeros, era un parque mucho más mejor de lo que Tijuana ofrecí­a para uno en aquellos tiempos.

Una vez nos torcieron ahí­, la migra nos subió a la troca verde y blanco con su escudo de INS y se escuchaba en la radio las decisiones que les indicaban tomaran los gringos, yo sabí­a inglés y pues supe que no habrí­a tos, hasta les hablé en inglés a los migras, cosa, me gustarí­a pensar, que les ha de haber sorprendido. Calmé a mis compas, ahorita nos sueltan, les he de haber dicho. No recuerdo con exactitud cómo estuvo el rollo pero nos soltaron y empezamos a encaminarnos de nuevo hací­a la escuela, de repente, ante la emoción de haberla librado empezamos a correr, entre risas y miedo, carcajeábamos con soltura, corriendo hací­a la escuela de nuevo, fue entonces cuando todo se blanqueó para mí­, sabí­a que iba corriendo, riéndome, pero todo se volvió un campo como una hoja blanca, no habí­a nada, sólo mi conciencia viendo ese espacio blanco.

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