Cuando leo, leo que a otros les da por escribir sobre personas cercanas a ellas. Suena muy hermoso y le dedican todo el centro del universo que un buen omnisciente puede brindarle a sus personajes: toda la óptica recae sobre ese individuo y la sensación que se produce es voz que atesta saber producir la buena narrativa. Estos individuos reproducen la calor que la cercanía produce en esos actos íntimos que se dan entre dos seres entrelazados en un lazo umbilical lleno de secretos cuyas letras solo son un puente de piedras que hay que pisar con mucho cuidado, caminarlo en la soledad del recuerdo, vivir el momento efímero que resiste extinguir lo recién acontecido y así nace el romanticismo.
Yo no sé escribir sobre otros individuos, no uno por uno. Sé, creo, porque no quiero darme las ínfulas de escritor, que solo sé escribir sobre la gente. Y eso habla toneladas de mi soledad, de lo engreído que puede ser desembocar toda una gama de expresiones que buscan salir de mi ente a la pantalla. No que haiga nada malo en ello, sino que para mí, como individuo, ahora me toca hablar de la gente, en este caso, de recuerdos ya de antaño, ya del hoy que es el pueblo escandinavo de los altiplanicies de Suecia.
Me gustaría poder hablar de una persona en particular, pero los altiplanicies me han hecho huraño, arisco. No puedo hablar sueco con esa soltura que podría hacerlo en inglés o en vil castellano. Y eso me molesta, eso impide la cercanía a la gente, tener esa manera social de poder entablar conversación abierta. Siempre existen problemas, existen límites personales, reales, sociales y simplemente no ha sido mi año para poder expresarme, yo, Géminis. Quisiere ser más social, pero ni modo, no lo he sido. Mas quiero serlo.
No sé si lo lograré, pero quiero lograrlo, no sé para qué, a estas alturas de mi edad, la soledad debería de ser un ejercicio sano a practicar, pronto quedaran solo las letras estas, unos años, y después, ni quién recuerde a Julio Sueco. Así es. Es por eso que el ejercicio tiene su propósito, no todos debemos de ser sociales, no porque queramos, si no porque así el destino lo ha pintado, o es la pura suerte, quizá es hora de, como dicen en mi rancho, cojerse un puto. En mi rancho creen que para quitarse la mala sal de encima hay que hacerle el amor a un homosexual. No sé cómo es que la lógica logra recabar un argumento para ello, pero la gente lo cree, y así es. Como yo no estoy remotamente ni cerca de contemplar la idea de hacerlo fehaciente pues habrá mejor que contemplar que los dioses de lo social me traten con mejor suerte el 2009. Que venga, ya es hora de ello.