En mi tierra darle aire a alguien equivale a ignorarlo, relegar al olvido, una especie menor de la chingada que el prostituto de Octavio Paz alguna vez nos regalo con sus mentiras a medias. Estos aires de Agosto me dan aire. Pero del bueno, me hacen sentir bien. Con eso quiero decir que mi vida está más o menos en harmonia con el segundo que respiro. No soy New Age ni quiero estar sintonizado con la naturaleza ni nada pero tampoco hay que dimitir ante el olvido al que nuestra sociedad nos inculca adorar como la vaca sagrada que es el cristianismo cuyos preceptos religiosos tienen que ver conmigo hoy como Tláloc tiene que ver con los suecos. Venga, es la verdad absoluta si es que esas existen hoy en día. Qué, venga, hoy en día escasean como un oso polar. Reprimir diría algún listillo por ahí pero ¿no es reprimir relegar al olvido la experiencia del día por más cotidiana y mundana que sea? Queremos olvidar por costumbre pero por saber cómo procesar el olvido.
Erika y yo jugábamos al juego de las palabras en pleno Idus de Marzo, cuando los papalotes invadían la vista del cielo que cubríamos con las risas que inundaban el valle de nuestra imaginación al contemplar los cúmulos que veíamos pasar de Tijuana a San Diego. Le dije que tenía un año sin pensar en ella. Se molesto pero no demostró seña física alguna del malestar que le ocasioné. Lo supe mucho más después, cuando accidentalmente dejé la ventana abierta y una ráfaga de viento cruzó nuestro paso y me recalco el malestar que tuvo al escuchar mis palabras. En mi experiencia suele ser que las mujeres son más adeptas a usar las palabras como navajas invisibles pero esta vez superé al maestro.
Sentir el aire de Noviembre es como sentir la soledad que Pedro Antonio de Alarcón sintió.