Lo curioso de sufrir estados de desanimo para escribir es que no hay más que un vacío que cunde por el ente que sostiene por alfileres, la vida en reposo, o en vilo, o en suspensión, la expresión. Me viene a mente que nunca he leído, algo similar a lo que la contraparte anglosajona llama como writer’s block pero en castellano. Quizá no exista. No tengo ni la menor curiosidad por especificar en dos o tres palabras lo enunciado ya, pero sé que me comprenden. Como escritor de blog una de las problemáticas que he encontrado es no tener nada que escribir hoy. Los que escribimos blog siempre tendremos ese encuentro fortuito de la vida: hoy no hay nada de qué escribir. No es pues en balde que solemos recurrir a la fotografía para complementar la falta de expresión en letras con una imagen. Las muletas que apoyan el argumento es recurrir al viejo adagio aquel: Ein Bild sagt mehr als tausend Worte – una imagen vale más que mil palabras. Y quizá sea una buena seña de salud no tener nada que escribir pues siempre existe el riesgo de lo que los gringos llaman como hypergraphia.
Lo curioso es que siempre hay algo de qué escribir. Lo que pasa es que no hemos acabado de procesar lo que tenemos que expresar, porque válgame, siempre hay algo que expresar. La escritura requiere estar en vilo- o sea, suspensión.
No es que me contradiga, sería lo último de mi parte, sino que lo que se requiere es tener paciencia. ¿Pero paciencia en una era del 7/24? Tampoco es esto una crítica, por un así decir, negativa, del sistema de escribir habitualmente en el hoy o del hoy o ambos. Lo que sí hay que diferenciar es la manera en que esta empresa se lleva a acabo. Y es que uno de los puntos de presión, de contrapunto es que la ilusión del publico está siempre presente. Si aplicamos la teoría democrática del un voto, una voz en estos menesteres lo lógico sería aceptar que cualesquiera que lee lo escrito es pues público. Entonces, la diferencia yace en que un diario sin público goza de la libertad de quedar en el anonimato mientras que el blog solo ofrece la ilusión de ello, queremos quedar en el anonimato, pero no es así, hay miles de fisgones al acecho.
No quiero entrar en las dinámicas que dominan la relación escritor-lector. Ese binomio poco tiene que ver aquí, sinceramente. Lo interesante es dar una lectura del hoy incesante. No creo que tenga precedentes, este hoy que se torna el pasado en cuestión de minutos. Delante de nuestros propios ojos. Y es que este incesante y compulsivo labor nos deja un agudo sentido del vacío en que vivimos el momento en que decidimos de dejar de formular los acontecimientos en palabras. Quedamos solos y esa soledad nos mata. La labor de no tener nada que decir es en sí parte de la labor de escribir, solo que no solemos reconocer este ámbito, estamos incapacitados para ello ya que la pasividad en este mundo nuestro lleno de estrés equivale a quedar relegado al olvido.