A pesar de que no parece ser así, he estado batallando mucho con la idea de escribir. Siento que me falta inspiración. Para batallar la depresión que aqueja las letras de este blog no me queda otra que recurrir a la disciplina. Hay tanto de que escribir que es casi un crimen no hacerlo. Ha sido un invierno bastante duro para las letras de Julio Sueco. Para ser franco nunca había tenido en mente ser escritor, creo que hay que desear ser escritor para poder considerarse ser un escritor. He escrito bastante pero nunca he considerado lo que escribo como escritura sino simples esketches de memorias o descripciones de paisajes amén de rants and bitches about this or that o cuestiones lingíüísticas blah, blah ad infinitum. No considero tener estructura para nada y si a lo mucho existe un pequeño hilo que comunica algo esparcidamente bajo espejos rayados y opacos que si a lo mucho dejan escapar unas imágenes borrosas que traicionan un pesquisa de humanidad cuestionable. Así amo mis letras. Una de las problemáticas esenciales de estas letras es que nunca he sido bueno para aceptar elogios. No los trago ni me dejo creer que lo que hago es de alguna significancia. Teniendo esto en mente cuando escribo lo hago por el placer de escribir y formular pensamientos que se aproximen a la idea o imagen que deseo transmitir mediante la letra. Es una labor bastante gratificante porque siempre existe el riesgo de la satisfacción y cuando eso ocurre descubro después las multitudes de errores que a su vez me causan que me esmere más en perfeccionar el susodicho pensamiento. Quizá es ese lazo umbilical a mis letras que no me permite aceptar la idea de que alguien más le interese lo que escribo. La pregunta es porqué si le tengo terror a los elogios dejo publicar y dejo abierto la caja de comentarios en mi blog. Y es que el blog siempre me ha dejado esa libertad de ufanarme de que al cabo y siempre el blog es una plataforma insignificante en si. Cosa rara ya que realzo bastante lo que otros blogs escriben y alabo eternamente las proezas de lo ordinario, lo cotidiano. Me subscribo sin más ni menos a la filosofía Unamuniana de la infrahistoria y highbrow culture me aburre.
Me gusta mucho escribir y procuro mucho la palabra en toda la extensión posible de sus formulaciones y efectos, eso es parte de ser un buen escritor. Es por eso que siempre da gusto leer o encontrarse con personas que más o menos piensen como uno. Los días pasados entablé una especie de relación cuyos matices antes dichos llenaron las horas de la semana 9 del 2008. Nunca había entablado una relación así, discutir y hablar de manera ‘literaria’. Por lo regular ese tipo de conversaciones suelen ser sujetas a una serie de compromisos sociales y las vigencias sociales intentan con la fuerza de las costumbres locales injerirse al habla minando el camino de la buena platica. No sé porqué no fue así el caso. Abe Opincar tienen una personalidad esplendida y quizá la buena vibra contribuyó a que, por lo menos de mi parte, tuviere una buena experiencia. Tenía mucho que no conversaba con alguien de esa manera. Quizá se deba a mi condición de inmigrante en Suecia que no entablo más conversaciones así y le dí las gracias a Abe por haber hecho de la semana 9 una rica experiencia que para poder llevarla acabo tendría que largarme a Tijuana. Sacarme de la mente y colocarme dentro de la atmósfera de Ní¤ssjí¶ fue una realidad que pocas veces viviré. No es que no haiga personas con las cuales llevar a cabo una conversación de rica sustancia sino que aquí el idioma es una barrera imposible de derribar y el contexto cultural siempre nos impide construir buenos puentes de comunicación. Mas no todo es perlas. Me dí bastante cuenta de que no preservo las costumbres de comunicación entre dos parlantes de las californias. Cometí varias transgresiones verbales y las situaciones pragmáticas se hicieron visibles para el ojo que percata todo. Me gustaría pensar que Abe supo apreciar que mi forma de ser no es ya aquella que alguna vez lo fue en Tijuana o California sino que ahora es una forma de ser transmutada, plagada de errores lingíüísticos y faux paus que traicionan la inevitable verdad de que uno está más adaptado al clima de escandinavico de lo que quizá uno está dispuesto a admitir. Siempre existe una cierta militancia en la identidad humana que no permite aceptar ciertos rasgos de otras culturas en uno. Como inmigrante, nunca podré admitir dentro de mi que en verdad me comporto más sueco de lo que me gustaría admitir. A pesar de que eso es lo que soy más veces de las que me gustaría procesar en mi.