Ayer se vivio el día más largo de Suecia con luz de día, el sol, tras nubes espesas, abrillanto hasta pasadas las 12 de la mal llamada noche. El sol de media noche, o solsticio de estío, paso por mi vida como cualquier otro día, sin más alboroto de lo usual. Lo único diferente es qué tuvimos que comer en casa de ese inmundo de ser al que llamo suegra, y al cual todo mi odio carnal le empino con gusto y ardor. Es más si tuviera sirvientes a mi lado juro por Dios que les haría probar la comida de esa mujer na’más pa’confirmar mis sospechas que me quiere envenenar. Siempre la miro de reojo y sospecho de ella cada movimiento.
Los jóvenes por supuesto traían otro rollo, mi suegro les vende cerveza que se compra en Alemania y muchos hicierón un stop con todo y sus morras. Esos después se van a los tantos lagos que hay por estos lares y ahí se disponen a festejar sus ritos hedonisticos. Lo sé porque cuando ando caminando con mis hijas por las mañanas pa’ agarrar aire fresco en los bosques, esos llenos de lagos, se encuentra uno con latas de cerveza tiradas por donde quiera y una que otra prenda femenil cuya dueña olvidó en el festejo amén de que no andan escondiendo sus intenciones ya que esto del festejo del solsticio es un ritual del amor también que data del año del caldo. De esto dio fe recientemente Sergio Sarmiento
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