Es la diferencia. ¿no? Entre un Tijuanense de hoy y uno del ayer como yo. Yo crecí bajo los fiats del PRI. Ya para cuando llegué a Tijuana, 1992, después de 5 años en el destierro Rufo estaba en el poder, por los periódicos San Francisqueños se leía en pequeñas notas aquí y allá el milagro del cambio. Traía a una sueca pisándome los talones, nos acomodamos en San Diego, casi Tijuana. La 33 y Adams, North Park, tenemos memorias muy bonitas de ahí, nos quemamos cinco años por esos lares, un lugar muy hermoso, pero no sin antes pasar por otros lugares menos agradables como la calle 49 de aquel entonces barrio negro de San Diego, estaban si apenas construyendo el freeway 15, creo, por la 42. Ahí nos aventaron un balazo, estaba viviendo con un amigo de infancia J, que para mi desgracia estaba prendido de la maldita droga esa del crystal, una de sus amiguitas se dispuso hacer señas con la mano con unos cholos, de repente, estábamos escuchando un fuerte golpeo en la puerta.
– ¡Abre, abre!
– ¿A chingaos? En eso que voy y desatranco la puerta …
– ¿Qué pasa aquí?
– ¡Bang, bang!
N’ombre, entró la morra disparada literalmente, yo ni impuesto a escuchar balazos ni nada de eso me pareció raro, fue una pistola rara, no sonó mucho, sonó más bien como un cuete. Por la mañana vi que tan cerca estuve de haber recibido un balazo en la mera testa. Pego a un lado de la pared, justo a raíz con la puerta al abrirla. En menos que canta un gallo nos largamos de esos barrios y fuimos a dar a esas areas menos desagradables, a no ser por lo blanca que es mi vieja de seguro no agarramos el departamento ese. Esquina con la post office, segundo piso, daba la vista a la calle y un sin fin de tiendas de libros de segunda mano, caí en el cielo.
Hoy hay mucho joven que ha crecido bajo el PAN. Ha de ser diferente, más sé por las compungidas lamentaciones que Blancornelas hace que mucho no ha cambiado y me lo confirman mis amistades y mis familiares que el PRI, tal como se decía en aquellos cuando me pinté, que el PRI era lo mismo que el PAN. No ha cambiado mucho aparte de habernos hecho un poco más resongones. Me acuerdo cuando mandaba mis cartitas al Zeta desde la calle Suncrest en North Park. Con las manos temblorosas releía después mis letras en los periódicos, temeroso que las manos vengadoras del PRI y sus porros vinieran a darme una madriza hasta San Diego por hocicón.
Ha de ser diferente hoy.