Quién iba a pensar que el hoy es una batalla y una ardua guerra contra el pasado y el futuro. Para poder vivir hoy hay que ser muy fuerte y dejar que las corrientes del consciente no te arrastren como vil piedrita cualesquiera. Hay que saber sobrevivir en el hoy. No es cosa de guros ni seres espiritualistas sino una simple cuestión de balance, como un buen funambulista, tambalear sí, caer no. Hoy cuesta concentración, mucha concentración y mirar cada segundo que pasa en él como si fuere una cosa estable. De hecho, no hay mejor refugio que el hoy. No hay que pensar mucho y el esfuerzo es solo para no hundirse en las arenas movedizas del pasado y las falsas promesas de las múltiples especulaciones tanto del ayer como del futuro. El hoy no exige nada más que saber estar en él, cosa que no es simple con los cerebros que uno se carga. No exige pasos para lograr algo ni lamenta lo que fue o fue por haber sido. Es fácil dejarse llevar por Netflix o las redes sociales por igual, ese hoy que te engrana y bueno, con tal de no dejarse sufrir por el transcurso del tiempo y sus alegatos que más bien roban al hoy de su holgura pues no pasa nada como dirían los gachupines de hoy en día pero igual tampoco te hace disfrutar del hoy a las anchas que merece. Ese hoy sin sueños, o presiones para llevar acabo la labor de Sísifo cuyo esmero y labor para ser alguien, dejar memoria o imperio, ese hoy ajeno a todo aquello que no sea este momento, el presente siempre efímero como un cono de nieve en mis manos latinas, ese hoy que huele a tierra mojada al llover, sentir la melodía del tictoc o dejar que la niña de mis ojos disfruten el espectáculo del paso de las galaxias. Hoy. Mis debrayes sobre el hoy solo abarcan una simple realidad inequívoca: soy mayor de edad y las horas que me quedan vale más vivirlas hoy: no que ayer o mañana, este momento, así de simple.
etimología del hoy
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