No parecería la gran cosa pero si me hubiese dejado ir por mis propios pensamientos creo que el resultado hubiese sido otro. Entras en un tipo de contrato con la gente para recibir un tratamiento y resulta que sale otra cosa. Mis pensamientos siempre tienden a pensar mal. A que el mundo está en mi contra, pero está vez decidí hacer caso omiso del tren ese que me lava el coco alias *mis pensamientos*. Tomé las cosas como fueron, o quizá recurrí a mis derechos como comensal y salí de ahí aceptando la interpretación de los hechos como el dueño del restaurante los interpretó y con dinero devuelto, proseguí mi día sin el mayor drama más allá del chock interno que yo solo vivía.
Y es que si uno recurre a los hechos y los acontecimientos otra situación fuese diferente. Quizá el tono de la anécdota del acontecer estuviere llena de emociones. Tenía quizá el as bajo la manga pero igual me hice de otra estrategia y ya. Salí del restaurante y me cubrió la luz del día con su grisáceo blanquísimo que golpea sin piedad alguna la mayoría de las horas del día por estos lares y el encuentro con los ciudadanos del pueblo se aproximó, hola aquí, saludos allá, y eso. Vi gente corriendo tras los Pokémon Go! y yo caminé aún con sentimientos encontrados sobre lo que pasó.
He ahí la problemática de mis problemas, conjugarlos con sentimientos. Está vez, como muchas otras, no dejé que corrieran sin tomarlos por los cuernos, yo era quién mandaba. Pretendí ser alguien al que poco conozco y con una sonrisa a medias y la vista cabizbaja acepté la versión ofrecida. Estoy consciente de que puse a la chica que me atendía en defensiva, ella se quería defender de lo acontecido, había pasado mucho tiempo desde que había puesto la orden y como que no había excusa de mi presencia en la caja. solo me remití a reclamar que ya era tarde, tenía que regresar al trabajo. Mentiras blancas, little white lies if you will.
Al llegar a la tienda para comprar mis víveres procedí a la vida consuetudinaria. No sin sus consecuencias, claro. Las tiendas de vivíres son un espejo de lo que ocurre dentro de las casas de otros. Uno ve el tipo de personas que deambulan los pasillos de los productos que se venden y sus consumidores de una manera muy íntima, uno ve quizá demasiado. En esta era que es la nuestra del año corriente de nuestro señor 2016 el ideal es abstenerse de la obesidad o la gordura, y al ver a los susodichos en estados físicos contrarios a la idea del cuidado del cuerpo de uno los prejuicios no se hacen esperar o más bien están al acecho para hostigar el ’descuidado’ de la persona. Si uno la libra puede uno alejarse de ese tipo de aprensión social pero igual pasa uno a la ropa de las personas, no que uno vaya bien vestido en un pueblo como este o que existan convenciones de cómo debe de andar uno vestido en la vida diaria pero si la ropa no combina o hace mucho alarde, eso es mucho más difícil de hacer a un lado porque las connotaciones son caballos sin riendas. La imaginación le hace a uno jugadas feitas.
Y es que llevar chanclas blancas y tener una altura de 2 metros y con abrigo beige rompe con demasiadas convenciones no escritas para mí. Y es que uno piensa lo peor de ese atuendo tan público. ¿Qué pasa en la vida de ese ser que sale así para ser visto por otros? aquí lo escalofriante solo me ocurre a mí, eso quiero pensar. Acá la convención no escrita es que no se debe de juzgar a otros más allá de su ser o persona, que huela feo, lleve ropa sin combinar o estar gordo no debería de importar. Pero las chanclas blancas me sacaron un poco de onda, y hasta el escribir no sé de dónde sacó los ánimos para poder salir de compras así.