Siempre que voy a Tijuana me dan ganas de retornar justo al regresar a Suecia. Hay una especie de energía que me dice, ¡manda todo a la chingada y regresate! Ah, la cobardía, mi fiel amiga y santa patrona de los expatriados hechos por otros lares y a mi edad, dejar todo ya no es una opción, es una ilusión que bien debería uno guardar a boca cerrada y dejarla pudrirse en un rincón de penuria para luego aborrecer todo lo que uno no hizo en la vida mientras uno podía. Igual, esa ilusión vive sus últimos segundos, uno respira y añora con un chingo de ganas y los suspiros son como los últimos aires de lo que pudo haber sido o podrá ser, ese entrañable espacio liminal del presente que urde una gama de sueños imposibles si es que uno le da rienda suelta a lo pendejo, como dirían con soez mi gente de allá.
Nunca falta la calculación de esa entrañable circunstancia en mi vida. ¿Y si regreso? ¿Cómo empezar de nuevo, sin casa, y si acaso, con poco dinero en el banco, qué haría? ¿Podría encontrar trabajo en lo que hago? ¿Cómo le haría? Sé que todo es un sueño efímero, que desvanece al paso de las horas, cuando Suecia y sus lluvias, y su viento, y su frío o noche, caen o soplan o corren como escurre el agua a la alcantarilla. Pronto regresaré a la labor del diario devenir y la labor para pagar las deudas y durante el proceso, ayudar o dizque ayudar a mejorar a otros.
Al escribir estas letras uno nota la agria emoción que destilan los pensamientos al solo saber que no es un viaje que esta próximo en acontecerse o si algún día lo estará, ora sí, de plano, en planeación alguna, ¿haré las maletas algún día para en verdad regresar a Tijuana? es ahí donde la amargura toma espació como agua que queda estancada, ese es el plan, o no lo es, pero la amargura se asienta por unos segundos, la dejo, pero no dejo tampoco que dure. Y es que hay que dejar que la escoba del tiempo barra el agua y la esparza por otros lados, que el sol seque el agua y se evaporice al aire para que de vuelo a otros pastos en donde haga menos daño.
Hay que vivir con este deseo inmarcesible. Nace, se va, regresa, retorna, se asienta y sale de la boca en lentos suspiros cuando uno está hasta las cachas de todo, harto del acontecer cotidiano o la bruma de la rutina. es parte del expatriado y su anhelos de regresar a lo que fue, como si la máquina del tiempo pudiese detenerse y recoger un pasajero que insiste en vivir en aquellos pasajes, aquellas calles que ya ni están y a veces nunca estuvieron donde debieron de haber estado. Tijuana, ¿quién eres para hacerme este llamado tan fútil? Es Tijuana, la que fue y era y nunca es ya y si será, será para otros.