rocí­o

Parece rocí­o pero no lo es. Casi no se da por estas tierras acaso si alguna vez o quizá si lo sea y yo no estoy acostumbrado a esa variación que más parece como recién lloviznado que rocí­o. El rocí­o tiene gracia y presenta una frescura amen de su estética visual, usualmente dando la ilusión de estoicismo al susodicho atrapado por su simpleza y belleza. Mas de las veces el rocí­o aparece por acá a fines del verano cuando la humedad o el agua que tanto impregna el medio ambiente de este paí­s retorna a reclamar lo suyo, ya sea en forma de lluvia o nieve. Se ve bien cuando, por ejemplo, se aposenta en las redes de las arañas y como cuando los árboles se despojan de sus hojas para preservar más agua. Salí­a al trabajo y noté toda esta reflexión sobre el césped delante de mi, pesado por el agua cuyas gotas abrazaban los rayos del sol. Fue cuando noté por igual que al pedalear llevaba compañí­a de una arañita en los cuernos de mi bicicleta y al pensar en mi compañera rumbo al trabajo y lo lindito que se miraba que me espantó porque se tambaleo con el aire de la velocidad, me dio miedo que fuera a parar en mi cuerpo al volar a la merced del aire pero no, las patas del aracnoide fueron fuertes y ella pudo seguir acompañándome en el corto viaje de mi casa a mi escuela, bien agarrada de los cuernos y desdeñando la velocidad siguió hacia donde iba.

No sé si alguien se preocupe por ello. Porque de seguro habremos más de lo que creemos, o sea, gente que se detiene a observar ya sea por casualidad o por costumbre. Por ejemplo, esos dí­as en que llueve y el sol traspasa las nubes lo suficiente como para blanquear los cúmulos pero no tanto como para no dejar caer su carga. Aunque hoy en dí­a ese fenómeno no es fácil de deducir si es natural o intervención humana. Pero llueve. Y miro la rapidez con que las gotas caen, si guardo la imagen un poco logro ver que van en viento en popa. Aprisa. No sé que efecto natural hace que las gotas desciendan más rápido, que, por ejemplo, los conos de nieve. Habrá una explicación de seguro. A mi no me interesa. Solo quiero ver como desciende cada gota. Y no se me deja. Pero es en la multitud de ellas en donde reside la gracia, son demasiadas y juntas como un banco de peces que evitan un predador que logran hacer belleza para el ojo humano.

Quizá eso explique las semillas del diente de león en la telaraña que un arácnido decidió tejer afuera de mi ventana. Quizá por hambre o por naturaleza. No sé. E igual y el viento llega y se despega. Pinche diente de león. Tan fuerte. Lo que no logra despegarse, sin embargo, es la tizne de la ciudad, esa mugre de los gases de los autos o del paso del tren o el humo de las chimeneas que pujan aún humo porque, siempre hay alguien que añora el frí­o mediante las llamas de la lumbre y a quemar leños se ha dicho. Para no decir de las semillas de un polen que no verá fruto alguno. O las alas de un insecto que producen tristeza por si solas. Las alas de los insectos nos causa nostalgia por los ángeles. Las alas en nosotros nos indican la libertad añorada. Sin embargo, para las patudas, solo son entes deliciosos. Hay todo un repertorio de objetos atrapados en la red, y el viento los mece por igual. y uno se pregunta, que no darí­a uno para poder distinguir entre la desesperación de librarse y el viento que solo está de paso.

Como cuando la luz del sol penetra las nubes o las nubes dan paso a la luz. Y resplandece a altas horas toda una amalgama de esperanzas.

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