Yonder Lies It

Itinerant rant

En el diario acontecer hablo con muchos suecos y una de esas fascinaciones de las que disfruto es la sensación de que mi étnicidad no importa. Con los suecos, sentirse mexicano no tiene importancia. Para empezar, ni sabrí­an de lo que estarí­a hablando. Simplemente no hay referencia a ello así­ que cuando uno habla con los suecos, ese espejismo del Otro no es tan latente como serí­a en los EEUU. Quizá se deba a ese esmero del sueco de que todo tiene que ser igual, todo debe compartirse igual, todo debe ser equitativo, así­ que mientras tú seas tú y yo yo, no hay tos, semos iguales. Mas si hablamos el mismo idioma. El idioma es equitativo porque la naturaleza del sueco es ser corto y al punto, en otras palabras, al business, directo, franco y al punto. Por eso cuando uno habla con ellos uno no siente la étnicidad a flor de piel.

No es que uno nunca se sienta fuera de lugar. Se dan las situaciones en que te das cuenta de que uno no es de aquí­. Tengan ustedes por ejemplo las situaciones sociales en que los suecos conviven. Para convivir un rato con ellos fuera del trabajo habrá que seguir una serie de reglas no escritas, tales como saber la hora exacta de tomar café o ser parte de las negociaciones para salir a divertirse, porque creamelo usted  lector incógnito, salir a divertirse implica sortear un llano lleno de obstáculos para que todos puedan concordar con sus agendas. Las negociaciones en sí­ son ya pauta de risa o chiste entre la comunidad expatriada porque raya en la absurdo ponerse de acuerdo para ponerse borrachos. Y es ahí­ donde uno que no entiende ese reglamento a seguir como vil burócrata en donde uno pierde oportunidades para convivir con los suecos más allá de su trabajo. Y como dirí­an en México, el que se mueve no sale en la foto igual en Suecia, el que no forma parte de las negociaciones para salir a divertirse no puede después unirse al grupo. Tendrí­a uno que tener contactos con uno de los integrantes del pre-acuerdo para poder llegarle a la fiesta. De otra manera el grupo del party cierra filas y no hay manera de hacer fiesta con la dignidad bien puesta. Exagero un poco pero por lo general así­ es. Lo suecos no son de los que si le ven a uno sean proclives a llamarle a uno por su nombre para invitarlo a la juerga.

Y es ahí­ en donde uno si se siente fuera de lugar, que uno no es parte de la sociedad y que uno, por más que intente nunca lo será. Así­ que si uno quiere sentirse bien habrá que hacerlo dentro del ámbito del business en donde nada importa siempre y cuando uno haga lo que uno tiene que hacer a la mejor manera de su disposición. O pelar bien el ojo para cuando empiezan las negociaciones de la juerga.

Tempus fugit

No sé si sea así­, pero los suecos tienen una manera de dejar el tiempo pasar de la cual no logro acostumbrarme del todo. Anteriormente lo comparaba al tiempo fugaz de un ente como yo que proviene de una gran ciudad. El tiempo en una ciudad fluye de una hora a otra con esa sensación de que todo vuela; acá, serí­a muy poco decir que el provincialismo de la gente desacelera el tiempo, no es eso, estos no se dedican a desacelerar el tiempo sino más bien a darle un curso ajeno al ajetreo de la ciudad. Acá, los segundos se sienten a flor de piel y hasta parece poder tener el don de detener el tiempo lo bastante como para poder absorber a todo un cosmos. Las conversaciones adquieren ese misticismo cuya una vida de la gran ciudad rara vez otorga y cuando bien lo da adquiere matices mí­sticas. Y para poder comprender al sueco habrá que bajarle hasta que el tiempo se detenga. Yo creo que muchos se exasperarí­an si en verdad pudiesen platicar con un sueco de provincias. Creo que aquí­ las llevan de ganar en eso porque el sueco se toma su tiempo para contestar, observar, anotar, oí­r, ver, reflexionar. Si hay estrés, no me malinterpreten pero la mayorí­a de las veces así­, calmadito, sin prisas, con tiempo.

 

 


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