Los miedos del hoy por hoy

Lo malo de las temperaturas en latitud 57.65 cuando hace calor y está nublado es que siempre se siente sofocado, y más a las hora de estar a punto de acabar las labores del dí­a. No sé, como que las ansiedades repuntan a climax inimaginable y los malditos nervios quieren  hacer trizas la poca paciencia que le queda a uno. En fin, es la semana 35 del año y quién sabe qué onda a estas horas o estos dí­as. Es lo malo de hacerse viejo pues, si alguna maldad en ello, como que poco a poco los sueños se extinguen y con ello las metas, esta uno a la suerte del destino y si hay un poco de viento que le de alegrí­a a la vida, jode, ya se siente uno de nuevo como parte del sistema. La flama se apaga y ni qué hacerle. Yo le hecho la culpa al pueblo, el lugar en que vivo, aquí­ no pasa nada, o no me deja pasar que me pase algo. Por eso el sofocamiento del calor se hace más intenso. Creo que acentuó la situación aún más porque ahora estoy compartiendo oficina con nuevos colegas a los cuales conozco poco y como los suecos no son de esos de agarrarles cura tan fácilmente, pues eso, barreras, barreras y más barreras.

Como deciamos, aquí­ no pasa y  puro camello, preparar las clases, robarle unas sonrisas a los estudiantes que son los que nutren la existencia con su jovialidad y joder o insistir en los mismos sueños de antes, pretender, como dirí­a Crosthwaite con el tí­tulo de novela, el gran pretender, porque a eso se resume gran parte de mi vida, ser un gran pretender que se la pasa alimentando sueños que no logran crecer de su cascarón. A qué se debe, como tanto otro misterio en mi vida, no sé, no sé porque insisto en pretender que los sueños mios se lograrán o se llevaran a cabo durante el paso de los dí­as, las semanas, los meses, los años. Que insistencia tan inútil cuando estoy tan presto a que el viento del destino ya haga lo que quiera con vida. Me he resuelto a dejarlo todo en sus manos y eso de O captain my captain no aplica en tierra de indios.

De hecho tuve una conversación sencilla con una de las chicas de por aquí­ que dijo, con mucha veracidad, que uno se hace más flojo por cada año que pasa. He tenido la tentación de tomar pí­ldoras para poder ver si logro encender la mecha de la flama aquella que me llevaba a gritarle a todo el mundo sus atrocidades. Y es que me cala un poco que no explaye mi opinión sobre los acontenceres que ocurren en el mundo hoy en dí­a, porque está del cocoy. Hay mucho desmadre y tal parece que el mundo está por explotar. O serán las noticias, quién sabe. El caso es que uno ve las noticias y dice, jode, pobre gente, o que puto desmadre, o que poca madre. Como anoche en que la oscuridad en verdad no daba otra que para pintar el mundo más que con negro oscuro, de un color muy profundo, así­ como que los cuatro jinetes están en puerta.

Y se levanta uno y hay que dar gracias porque no fue así­, aunque la realidad pinte otra cosa. Y es que en la escuela en que enseño hay mucho estudiante que no es sueco, clases en las que antes solo habí­a niños que nacieron el mismo año ahora están compuestas de chicos de 15, 17 o 19. La nueva realidad, y como en Suecia creen mucho en los niños, habrá que hacerle el ojo gordo a la situación, laborar con mucha profesión y sacar adelante al individuo en cuestión para que pueda lograr estudios superiores.

Me refiero pues, a todos esos niños que la suerte del destino arroja ante la puerta de la gran nación que es Suecia. Acá se considera a niños a los jóvenes hasta la edad de 18. Y así­, se ven gente del áfrica del norte, de Somalia, de Siria. Tomando clases de inglés o español como cualquier otro niño sueco lo harí­a, en mis clases. Y es ahí­ donde se ve el mundo que ocurre afuera, en el aula, de un paí­s del primer mundo.

 

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