Mañana será día de raya. Eso significa que algunos suecos soltarán greña. Yo, tranquilo. Como no me queda otra que ser bueno, desde lejos observo el desmadre. O serán los años. La ponzoña que ingiero ya es más para poder dormir que para salir a hacer desmadre. Hoy hace frío. Se lee que en Pakistán la gente muere por la calor. El hielo ni alcanza a llegar a los hogares dicen las noticias suecas. Mientras tanto, aquí sopla heladito. Habrá que moverse para sentir el calor y el solecito que sale da muestra de un calor ajeno y distante. Se puede sudar, si uno hace el esfuerzo, pero no en la sombra. Hace fríito.
Paso estas vacaciones sin planes algunos sin más allá de pasarla tranquilo. Le estoy ayudando a una jubilada de noruega pintar su cocina. Es una anciana de esa que nació un tantito después del fin de la II guerra mundial. Cuenta mil y unas cosas. Sobre muertos, recién muertos y muertos por haber. Cuenta sus historias, de cómo nació, sus padres, sus familiares. Vive sola, pero se rodea de ayuda, tiene su cuchara metida por todos lados. Yo me limito a ver y trabajar, escuchar por igual. Hay historias de su padre y los tatuajes de su padre, de sus familiares que pertenecieron a la resistencia noruega y de cómo se enamoró de x hombre y cómo el destino les separó. Escucharla es como añadirle anécdotas a mis lecturas de la II guerra mundial y sobre Noruega. Esos tienen una historia llena de invasiones, si no fueron los daneses, fueron los suecos o los alemanes. Durante mi trabajo descubrí unas botellas de cognac mientras limpiaba la superficie antes de pintar. Se antojaron. Pero ya no soy el caco que antes era, pero las cosquillas están ahí. Aunque es interesante dejar pasar los minutos en casa ajena, el ruido de la casa de otros no es el mismo de los ruidos de la de uno.
Hoy también descubrí que hay ciertas libertades cuando uno cesa de estar a la expectativa. Por ejemplo, llevo ciertos años sin entablar relaciones con el sexo opuesto. Tampoco me esmero en hacerlo. Aquí se me hace muy complicado todo eso. Así que no miro al sexo opuesto sueco como lo haría en México. Se me hace un espanto de poca madre. Así que desisto del todo. Y como ellas no son aventadas, pues estamos que ni los unos ni los otros. Pero hay libertad.
Lo curioso de todo esto es que me encomiendo a Dios y le ruego que me ayude a encontrarla. Porque hasta eso, pienso que la mujer de mi vida está predestinada, ella, existe y ambos daremos con el uno al otro. Así pues, están las cosas en el reino de las eternas nubes donde cunde la soledad como césped en el Sabana.