Que vida. O así pensaba Carlos cuando la mente le retraía memorias del estancamiento personal en el que se encontraba o cuando alguna mala memoria le retrocedía a espasmos mentales que ya recurrían con mayor frecuencia. Ni cómo pensar en el pasado y ni cómo pensar en el futuro. Eso era lo que más le angustiaba de hacerse viejo, esa idea del futuro que perdió su valor quién sabe cuándo y ni cómo. El futuro implica otras cosas hoy en día. El futuro es cómo pagar deudas o viajar sin propósito alguno. El futuro es la esperanza que nunca se acaba de encontrar a una pareja. El futuro sobre la jubilación. Se extrañaba ese futuro de lo que uno quería ser; lo que uno es ya no importa, ni cómo salir adelante y trabajar en lo que uno planeó lo que iba a ser; serlo ya y trabajar en ello aburre hasta el cansancio.
Los gabachos tienen una palabra para ello, flatline. No sé porqué se espera a que uno a pesar de llegar a cierta edad uno tiene que seguir teniendo los mismos dramas de antes y cómo las viejas costumbres que uno ya ni practica siguen insistiendo a que se sigan practicando y cuyo único desenlace es sentir un sentimiento de culpabilidad por no hacer lo que uno debería de hacer. A esto los suecos le llaman otillrí¤cklighet. O sea, que uno no basta, no en términos de tiempo sino en términos de capacitación personal.
Y sí, como por ahí se dice, esto son problemas de primer mundo. Esto viene a mente una conversación que Carlos sostuvo con su hermano durante su estancia en México este último estío. Le comentaba justo este sentimiento de estancamiento a lo cual me sugirió que lo que hacía faltan era motivación. De hecho mencionó un tanque de peces como parábola a la situación ya que dijo que un pescador decidió crecer peces en una estanque pero que al extraerlos para consumición los peces perdieron su sabor. El pescador se preguntó a qué se debía el cambio y resultó que los peces en la mar solían estar expuestos al peligro y esto los hacía estar en constante vigilia. Al no tener ese peligro constante hacía que los pescados perdieran la incitación a sobrevivir y esto afectaba la constitución del pez. El problema se solucionó echando un tiburón al tanque. Y lo que a ti te falta, le dijo a Carlos, es un tiburón que te motive.
Furthermore, como dicen los gringos, enfrascarse en lo mismo se ha vuelto rutina. Las insistencias de adquirir esto u lo otro son las mismas de siempre. Tan fácil que es ponerse a trabajar, pero Carlos insiste en lo mismo de siempre. ¿Dónde estará mi tiburón? ¿porqué será que los cambios radicales a estas alturas significan un sacrificio cuando se es joven ni la piensa uno dos veces para dar ese vuelco 360? Es un drama mental de poca madre. Quizá el estancamiento se deba a las redes sociales, quizá todo el lío de las emociones que uno sufre al leer tanto de lo que acontece en el mundo lo deja a uno inerte.
Y ni como argíüir contra la idea ya que es la mejor opción ante lo que se enfrenta Carlos a mi opinar. No quiero discutir con su proceso mental, me limito a escuchar. Yo no puedo ofrecer una solución a esa enredadera existencial sin sentir un dolor en el estómago, su problema es un problema universal si es que universal se refiere a la humanidad y este planeta y lo que se denomina la vida.
Es curioso ver a Carlos escribir porque sé que escribirá hasta el cansancio sin dar nunca con la solución a sus problemas, venga, solo hay distracciones que conllevan a otros problemas y las viejas dolencias emocionales son las únicas que permanecen sin cambiar. No es que esté obsesionado con los problemas de Carlos, pero bien que alimentan mis obsesiones mentales, por ejemplo, la idea de las constantes en la vida de uno, esa de la rutina después de cierta edad o como es que pueda escribir a veces sin ver el teclado, es uno de esos misterios que se ponen a jugar con mi autoestima, como haciéndome creer que puedo hacer lo que quiera con la palabra sin soltar la mirada de la pantalla y que reproduce todo lo que escribo sin mirar las letras del teclado. Esa ilusión tan frágil de control que desvanece al enterarme que estoy escribiendo sin pensar en lo que estoy haciendo hasta que la duda entra en mis dedos y estos últimos se tornan torpes.