Por estos días tengo la costumbre de no comparar las desgracias personales con las desgracias de otros. Hace unos años atrás, unos 3, a lo mucho, decidí no sacar provecho de las comparaciones que uno hace al comparar las desgracias de otros con las de uno. Es un mal hábito en sí. Deducir que por lo menos yo puedo caminar con mis dos piernas y sacar satisfacción y mucho más peor, consolación, de que pueda hacerlo, al compararme con un paralítico, es por un decir, patético. Es sentir lástima por sí mismo y mezquino tratar de sentirse mejor de uno mismo aprovechándose de las diferencias de otros por carecer de otra descripción que mejor pueda describir esa asociación.
Aclarando lo anterior prosigo a rememorar y hacer una reflexión sobre un camarada del trabajo. Este camarada, a juzgar de lo que me ha contado y dicho, nunca ha probado el néctar del amor. Ahora, no hablo de lo carnal, que quizá, sucumbió por ahí, ante ello, sino ese néctar efímero que da sensación de parecer una eternidad: enamorarse. Eso creo. Quizá sí se enamoró y no fue correspondido, o se enamoró y no quiere decirlo, uno nunca sabe, lo único que sé es que ha dicho que en cuestiones de amor, ha descuidado esa materia. í‰l es soltero y lleva los 60 a juzgar de lo que él dice. Quizá queda tiempo para el amor.
Lo que me intriga de él es la misma situación que se puede leer en la novela de Kazuo Ishiguro cuyo título en ingles es The Remains of the Day y que es una de las pocas obras literarias que han sido protagonizadas de manera acertada por uno de los mejores actores de mi era: Anthony Hopkins.
A mí me han pasado tantas cosas con el amor como no me han pasado; pausas y aceleraciones hacen de ello todo un vértigo insoportable de ver y sentir al mismo tiempo. Y el tiempo se encarga de hacerme olvidar de todo ello como si nunca hubiese vivido en carne propia lo ya acontecido. De él y lo que me ha dicho solo puedo sacar conjeturas. O sea, tengo que tomar a fe que lo que dice es verdad. Acá, en este país, Suecia, muchas cosas se toman a fe. Y la única alternativa es creerle lo que dice: ha, como él dice, estropeado la labor de hacerse de una mujer. Esto me ha llevado a batallar la emoción de sentir lástima por él, porque, venga, es triste escuchar lo que dice. Y hay que creerle, por supuesto. Por igual, es un vil Fritlz o un pervertido, pero como dice, habrá que tomar a fe, en este país, lo que se dice. Y así escribo, tratando de esquivar todo aquello que me aleje de la idea primordial que se dibuja, de un hombre que nunca ha probado el amor. Proviene de una familia muy religiosa que ha vivido el austerismo luterano. Y a juzgar de lo que he leído sobre las religiones protestantes, no es imposible que no sea cierto poder exprimirle a la vida una vida dedicada solo al labor.