GOGOL, Nicolás. – El Retrato.
Editorial Anaya Touring 1991.
Traducción de Isabel Vicente.
He acabado de leer El Retrato de Gogol. Es un precursor a The Picture of Dorian Gray y M R James Mezzotint. Existe un pequeño género de obras literarias que incluyen una obra de pintura y un macabro acontecer. La pintura y la escritura; la imaginación y el miedo se juntan para darnos una moraleja de esas cristianas sobre avaricia, envidia, celos o deseos incumplidos. Se pone a prueba el temple moral y ético del sujeto en cuestión. Son de esas obras que alientan a conformarse con las fortunas que el destino le da a uno y si por un mal caso de la suerte que nos quiere jugar una mala partida al tentarnos querer aprovechar una oportunidad que supuestamente no es nuestra ni nuestro turno de poseer pues habrá que atenerse a las consecuencias las cuales suelen ser un mal insoportable para el alma cristiana. Aunque la saco de contexto puesto que cuando se escribió la obra había más control religioso sobre la vida del ser humano que las que hay hoy aunque lo digo desde Suecia donde la comunicación con Dios ocurre dentro de ámbitos más privados que quizá en un país como Rusia donde la religiosidad tiende a ser más pública.
Ahora, no quiero decir que la obra no sea un deleite de leer, todo lo contrario, pues se trata de un hombre en aprietos que fuerzas del más allá interfieren para hacerle la vida más miserable de lo que ya es. A quién no le gusta leer o que se les juegue con la imaginación de que quizá sí existan fuerzas que nos puedan castigar desde el más allá, pues levante la mano. Así que tenemos a un sujeto cuya suerte parece cambiar para lo mejor pero cuya bendición resultó ser una maldición y la perdida del alma. Gogol nos da también parte de cómo surgió tal pintura en un proceso bipartito en donde primero se nos cuenta de la desgracias que la pintura incurre en el hombre y después el génesis de la pintura.
Yo compré el tomo no porque esté interesado sobre la literatura de Gogol, venga, fue un placer leerlo, pero en realidad fue una doble lectura puesto que mi traductor favorito del ruso al español, Isabel Vicente, de nacionalidad española, y miembro del Grupo Moscú, lo tradujo. Este traductor me ha enfrascado la imaginación para siempre ya que su español es uno el que hace a la lengua sentirse viva y ajena a la de uno. Yo me jacto de ser un nativo del español pero al leer a Isabel Vicente, sus palabras castellanas le dan una vibración exótica irresistible que retumba por el paladar de la lengua como si nunca hubiesen sido parte de ella.