Siluetas

Ni dónde empezar, así­ empezaba esa historia. Y yací­a sobre la sombra de una nuez de Castilla que lucí­a a luz de las 14.23 de la tarde de un estí­o a punto de extender su mano al Otoño.

Se le podrí­a renombrar de mil maneras pero nunca relacionar con una de esas historias de una nuez que da luz a un árbol u algo así­. Es una sombra de una nuez y eso que la nuez cayó por fuerzas mayores fuera de su control que si bien hubiese sido por la nuez pues bien y hubiese sostenido al aire libre esa eternidad, no que el viaje de la nuez al suelo no haya sido la mayor travesí­a de la vida de una simple nuez cuyo rito es justo realizar ese inesperado momento sino que después del inesperado impacto habí­a que normalizarse la cosa y ya todo quieto dio la casualidad de que el sol le dio por salir y pues siendo objeto la silueta no se hizo esperar. Eso sí­, la nuez marcó las horas al paso del sol ese dí­a y la rendija de una vieja fractura en el piso serví­a como punto de referencia, segundos pasaban que se hací­an minutos.

Pero para qué nos entretenemos con la historia de la nuez cuando es la sombra que nos interesa ya que a eso va nuestra historia. O la tuya.

Y digamos que a no ser por esa simple sombra no hubiesense acontecido acontecimientos de gran envergadura. Simplemente se trata de cómo una sombrita le llamó la atención a alguien y ese alguien tuvo la suficiente curiosidad para actuar con un impulso que le cambió la vida. Pero venga, no quiero andar con misterios que ese no es mi propósito porque lo que yo quiero es que el enfoque caiga sobre de cómo una sombra actúa.

A Carlos Ruiz le llamó la atención la sombra y no la nuez. Aunque Carlos no supo comprender el llamado porque en vez de concentrarse en la sombra el deseo de poseer en sus manos lo que le llamó la atención fue mucho más mayor que simplemente observar sin detenimiento alguno el transcurso de la sombra y cómo esta última era objeto de las fuerzas de la naturaleza de su medio ambiente. La gravedad forzó la caida, el sol hací­a mover la sombra a su paso, el viento la hací­a rodar y la curiosidad de un humano transcurrí­a con soltura.

No impotente, la sombra cambió el curso de la nuez y de Carlos quién a no ser por la nuez no hubiese acabado en el hospital y nunca se hubiese enterado de que era alérgico a las nueces y ni siquiera hubiese conocido a Lupita quién camino al trabajo, le extendió la mano a Carlos para ayudarlo cuando más necesitaba ayuda de otra persona mientrás su piel se tornaba roja y ronchas cubrí­an parte de sus cachetes.

Yo sé todo esto porque estoy jubilado y paso las tardes en el parque y verán, las horas dan tiempo para observar fenómenos como el anteriormente mencionado. Carlos y Lupita caminan por el mismo tramo a la misma hora pero las nueces ya no les llaman.

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