Llevo años dejando que la lombriz de la escritura repose en mis entrañas. Me hago de la ilusión de que no está muerta. Me hago de la ilusión de que despertará algún día. No sé cuándo. Quizá hoy. Es una maldita lombriz a ser franca verdad porque, ahora viene la explicación, es un cascarón que ya no se remueve pero cuya esencia no sale de ese horrible pasado de lo que fue. Y es ese maldito pesar que alimenta la ilusión en mis entrañas. Esa esencia es terrible, pues no me deja en paz un constante remordimiento, quezque hay que escribir un libro, quezque hay que hacerse un escritor y what not y que fue tété. Esta misma lombriz carcome mi autoestima. No sé para que se alimenta de ella pero venga que se come cada borona de lo que nace en mi llamado autoestima. Y ni cómo saciarla. Yo no sé qué hace ahí, llevo mucho tiempo consciente de que debido a mi condición de políglota no podré enfocarme a un solo idioma sin la intromisión de los otros dos idiomas quienes siempre están metiendo su cuchara en lo que no les importa, pero ahí tengan, la lombriz aparentemente no le importa mis problemas lingíüísticos, ajena a ello, ella, desde los ecos de su cascarón, llama a que escriba. Jode.