Siempre se me hace interesante Mayo. Este grisáceo común y tan ordinario. Las alergías y el cosquilleó de los ojos. Los pájaros buscando comida en el fresco del césped. La naturaleza la única que sabe que es Primavera. El resto, aquellos que ni debemos de estar aquí, vivimos bajo la cobija del cielo, la oscuridad que los cúmulos brindan y que mojan con su calor el pasto, el follaje.
Así ha acabado de ser esa admiración que me nace al pasar por mi tu presencia. No sé ni pronunciar tu nombre y maldigo la hora en que sentí más allá del cuerpo, el alma la sensación inexplicable que representa tu esencia porque tú no eres para mí. Quiero correr, quiero acercarme a una de esas religiones que colman el alma lejanías fuera de las sensaciones de la carne, una espiritualidad sin ti. Pero es imposible, como el rocío de las mañanas, te haces sentir y alimentas no sé qué en mí.
Nunca comprenderé como es posible todo esto. Lo he rechazado, lo he sentido en mi cuerpo, las pocas alegrías de saber que todavía siento y vivo, lo he tratado de ignorar y las fuerzas del destino.
Y no solo las fuerzas del destino. La imaginación y mi peor enemigo, el Yo que insiste en aplastar todo lo que pueda ser Yo más allá de mi mismo, han hecho de mi devenir una serie de castigos insoportables de aceptar como la verdad a mano. Me he lavado el coco para convencerme de mil cosas y nada más no hay paz en mí, ni cómo lograr dejar de rechazar lo que causas en mi constitución. No puedo balancear la grandeza, tu grandeza.
Y heme aquí, de nuevo, sin dejar de pensar en tí, ese sueño imposible que eres.