momento

El Hotel Scandic de Gotemburgo, a unos cuantos escasos pasos de la estación central de trenes de la ciudad, será quizá un hotel para personas de escasos recursos que se la quieran dar de personas un poco bien. Ahí­ fuimos a una conferencia un compañero de trabajo de Marruecos que trabaja como profesor de sueco y francés en la escuela en que yo trabajo. El Marroquí­ es toda una personalidad, me recuerda  mucho a Danny de Vito a la nordafrikansk. No le faltan brí­os en su autoestima o por lo menos tiene mucha más que yo. Yo soy todo lo contrario, por lo menos en Suecia. Le encanta hablar; habla y habla para quedar bien. Y la gente le cree, así­ es su disposición. Pero el hotel tiene azulejos blancos. El baño muestra que hace mucho nadie le presta atención a limpiar bien y la mugre se deja ver fácil. Negra y con aspecto húmedo me dejó mala impresión el baño.

Tengo una relación rara con las mujeres por estos dí­as, desde que me separé no puedo ni darme o dejarme dar el lujo de entretener nociones románticas así­ como no confí­o en los avances coquetos de las suecas. Tampoco dejo que mis emociones me hagan juegos mentales de que quizá alguien me hizo un guiño o adivinar avances sexuales en gestos con múltiples interpretaciones. La mente está ahí­, esa me juega bromas pesadas pero mi constitución no tiene los brí­os o las ganas de querer echarme en cama a una mujer. No es que no quiera, quiero, pero no puedo porque no quiero, u algo así­.  Estas cuestiones de romanticismos también traen consigo cosas como las buenas vibras, tampoco confí­o en ellas, y conste que el jueves por la noche sentí­ buenas vibras con una chica que se puso el dedo entre los labios y la boca al hacerme una pregunta y esperar una respuesta, me puse nervioso, a ser franco, y le dije que estaba apañado, que por eso estaba en Suecia. En pocas palabras, estoy jodido, mutilado, dañado, sin reparo. Hasta cuándo me pregunto, la esperanza muere al último y hasta en los deseos carnales este viejo dicho se hace presente.

Las mismas chicas con las que compartimos la noche del jueves estuvieron presentes durante el desayuno. Yo me habí­a levantado temprano, a pesar de haber bebido un poco durante el transcurso de la noche el dolor de cabeza se hizo presente, tení­a un poco de cerveza y con justo propósito con que me traje las pí­ldoras para el dolor de testa, saqué una y me la baje con una trago de Norrlands Guld, una cerveza sueca del norte de Suecia. A mí­ el norte me persigue por si no se han dado cuenta. En fin, bajé, leí­ los periódicos que fueron el hilo de la emoción a las 7 de la mañana  pues rara vez tengo a mí­ disposición más de 4 ó 5 a escoger amén de gratuitos y agarré tres para leer mientras desayunaba.

La chica del dedo entre los dientes se sentí­a bien, no sé que efecto causé entre las chicas o qué impresión les deje pero pude intuir por un simple comentario que lo rí­spido no estaba presente dentro de esa hora. Se sentí­an a gusto, conversaban mientras yo leí­a y conversaba a medias cada vez que me pedí­an que les prestare atención.

Ese momento me dejó alegre, hací­a mucho que no sentí­a el impulso de escribir un recuadro que la vida me ofrecí­a para admirar. Fue simple y sencillo y el tiempo dejo de transcurrir. No habí­a tensiones ni nada. Solo un comentario en el espacio de la vida sin fecha de caducidad. Un momento nirvana en lo cotidiano que yo viví­, que fue un regalo para mí­.

Y me pregunto, por qué todo tiene que ser complicado, y me respondo que soy un cobarde, un chico sin muchos deseos o impulsos a tomar riesgos y un chico que le tiene miedo a fallar, errar, en pocas palabras, miedo a las mujeres y la injusticia de vivir un recuerdo hermoso ya en el pasado se manifiesta con crueldad singular pues no vivir aquel instante como lo viví­ en su pleno esplendor. Lo poco que dura la inocencia inocente sin las viejas mañas o intromisiones del hoy y su látigo de castigo o ofertas de interpretaciones double entendre, su adianoeta para matar a rienda suelta el autoestima y sus viejas maní­as de querer estropear todo, toditito porque ese es su labor y quien le culpa por querer hacer su trabajo. Qué efí­mera es la alegrí­a del pasado bajo el influjo del presente que quiere a huevo exprimir más de lo que dio.



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