Yonder Lies It

Fermentación Anaebórica

Nunca he comprendido la relación que tengo con el alcohol. Me resulta un tanto interesante la mera cuestión. Y es que ha cambiado mi vida bastante los últimos años. Tengo tomando todos los dí­as desde hace varios años atrás y estoy consciente de las consecuencias. Me veo en el espejo y busco señas de daño en los ojos. Lo curioso es que tengo un trabajo normal y una vida más o menos normal. No bebo lo demasiado para no poder funcionar pero si lo bastante para poder entregarme a todo un programa de rehabilitación de autoestima que lo único que queda es compararse a la idea que Stevenson propuso en Hyde and Jekyll. Odio la idea de amanecer descompuesto por los efectos etí­licos y sin embargo no puedo dejar pasar una noche sin los espí­ritus que han posesionado el hábito que uno supondrí­a no requerirí­a de un agua adulterada por un proceso siniestro como la fermentación anaebórica cuya ironí­a mayor de seguro no ha pasado desapercibida por plumas mayores. Pero de hace años predomina la idea de que se necesita alcohol para escribir, por lo menos es un buen lubricante para empezar a tundear las letras.

Lo cierto es que no solo ha afectado mi voluntad para escribir sino muchas cosas otras, por lo menos eso creo. Hay veces que me pregunto qué es lo que aprecio más: amanecer sobrio y apreciar la vida o disfrutar las noches totalmente ebrio y poder escribir las cosas que en verdad quiero escribir mermado por un estado mental dipsómano.

Y es ese el crux que vivo a diario, beber o no beber. Padezco dipsomaní­a. Le dije a un pariente que soy alcohólico, un alcohólico controlado. y las comparaciones a mi madre no se hicieron esperar. Y mis triunfos personales se reducieron a un simple vicio dipsomano. O sea que funciono dentro un laberinto lleno de mentiras y verdades que en si llenan un vací­o para hacer lo que soy. Y quiero cambiar. Y eso hace que uno se pregunte si quiero cambiar en verdad o es la esperanza de querer cambiar lo que hace que consuma más alcohol. Quién sabe pero a la misma vez sin el alcohol no serí­a lo que fui. Y lo que soy. Soy un borracho de primera y mi hí­gado algún dí­a me recordará la puta ilusión que llevo como vida. Me recordará los esfuerzos efí­meros y las esperanzas que alimentaban un dí­a de sobriedad y anhelaban un dí­a de salud.

La salud es otra de esas cosas que sostengo bajo un hilo de pretensión. Y no es que no tenga algún problema mayor y no es estoy a punto de cuestionar mis problemas auriculares al ingerimiento de lí­quidos afines a Bacus. Pero no entiendo cómo es que me obsesiona la idea de la salud siempre y cuando tengo la enfermedad de un buen alcohólico.

Lo curioso es que en Suecia no se me considerarí­a un alcohólico hasta que la gente me viese totalmente perdido y lo más seguro es que todo un aparato para rescatarme de las garras del alcohol terminarí­a en un esfuerzo nulo. Ellos me pagarí­an por consumir alcohol. Y es que la verdad sea dicha Suecia tiene toda una infraestructura para apoyar a los alcohólicos que dejarí­a en vergíüenza a todo buen paí­s que se dedicase a la eliminación de echarse un buen trago. Aquí­ no es anormal beber, ni siquiera en la privacidad del hogar, todos beben. Les pregunto a mis alumnos cuya edad oscila entre los 16 y los 19 y las manos no se hacen esperar. Ellos también hacen lo mismo que yo, procuran beber lo suficiente como para no amanecer con resaca y poder seguir seguir bebiendo en la noche para poder dormir tranquilo. Escandinavia y el alcohol no son ajenos al uno y el otro pero la nuevo es mi vida y esos dos y cómo poder encontrarme de nuevo en este periodo de mi vida. Algún dí­a daré con la solución pero mientrás, como los romanos, todo con moderación, todo con moderación y ese es mi lema.


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