No me cabe la menor duda que de todas las identidades mexicanas la del tijuanense es la más fragmentada. De ese espejo roto mexicano a nosotros nos tocó ser no los pedazos del espejo sino las esquirlas del vidrio, el polvo que queda al estrellarse, de ese resto que más cala. Y mucho más desde que Rosarito decidió ir por su propio camino. Ya tiene desde el 1995 y aún así la ciudad insiste en relacionarse con Tijuana. El gentilicio Rosaritense no es uno que se cuelgue la gente con orgullo, por lo menos no la gente de mi generación. Esa gente aún se considera tijuanense. Existen bastante tijuanenses que son de rosarito pero que por alguna razón u otra insisten en identificarse como de Tijuana, quién sabe porqué.
Aparte tenemos frente de nosotros a los nuevos tijuanenses, no los advenedizos, habrá que enfatizar. Sino a los nuevos críos que crecen lejos del centro de lo que solía darle identidad al tijuanense, la frontera. El contacto internacional será quizá mínimo pero de ninguna manera menos intenso. La única diferencia entre los nuevos tijuanenses y uno es que ellos tendrán otra especie de contacto con el gringo. Este contacto se verá limitado a la esfera religiosa de algún desbalagado bienhechor que quiere cambiarle la vida al mexicano en Tijuana. Tampoco tendrá esa fuerza que la frontera provoca en algunos de largarse de México. Hay más resistencia a la fuerza de ese imán. Con esto ultimo digo que serán más mexicanos en el sentido que tendrán más sentido nacional que el de uno. ¿Serán menos tijuanenses por ello? No, simplemente serán menos agringados que uno. No desdeñan al sur tanto como lo haría uno de mi generación, por ejemplo. De hecho es cuestión de ver cómo es que el acercamiento entre sur y norte ya no es causa de tanto desprecio. Existe, sin embargo, todavía, latente, listo a causar divisiones. Mas la brecha social está siendo conectada con esa costumbre fronteriza de negociar entre culturas, ese es nuestro fuerte, saber comunicarse interculturalmente.
Mi generación es un descuido del proyecto nacional mexicano, uno que creció entre dos mundos cuando estos no tenían fronteras. Nuestra arrogancia nos llevo a presumir bastante, pues nunca necesitábamos permiso para ir al Otro Lado. O eramos nacidos allá o cruzábamos a nuestras anchas. Conocíamos el terreno y les pasábamos a nuestro antojo. Ahora no. Ese dejo de nuestra identidad está ya en los anales de los mitos, de lo que fue. Solo existe en la intrahistoria que tenemos en común. La idea de querer preservar una identidad tijuanense basada en un pasado que ya no es sería renunciar a todo lo que Tijuana representa, un cambio que no cesa de cambiar día tras día. En Tijuana siempre hay esperanza y eso es querer un mañana que sea mejor, eso es Tijuana, un futuro en puerta. Así que para poder preservar una identidad tijuanense habrá que renunciar al pasado para poder darle un futuro. No dejar que los prejuicios de mi generación, esos prejuicios que desdeñaban al sur, formen parte del presente. Ellos están aquí, con sus padres, con sus madres, ellos somos nosotros ahora.