Anneberg

Anneberg es un pueblo pequeño en los altiplanicies de Suecia. Su población abarca los 900 más menos depende, como mi pueblo natal, de los que están de paso, pero a una mucho más menor escala. Hay tres iglesias, o denominaciones religiosas, dentro de la llamada Iglesia Sueca que siempre me ha impresionado por su número. He vivido aquí­ por cuestiones de mi cónyuge la quien es nativa de aquí­ y cuya familia es de Anneberg cuyos parientes cuentan con una relativa sana presencia en el pueblo a lo que años implica, algunos cientos. Es gente del pueblo pues. Han sido doce largos años que han significado una montaña rusa de emociones. Puedo resumir el paso de años con el sabor de saliva que tengo en la boca ahora pero creo que eso serí­a simplificar un tanto todo el espectro de emociones por las que he tenido que pasar al vivir. Lamentablemente estas emociones no son compartidas y es de entenderse ya que el carácter sueco no conlleva a compartir emociones del tipo que yo he tenido que sobrevivir aquí­. Amén de que los suecos raramente son extrovertidos. Muy al contrario son introvertidos y mucho más aquí­ en los altiplanicies. Ejemplos de ello abundan y el que más viene a mente es el hecho de que desperdicié 12 años en un pueblo que no entendí­ y un pueblo que no me entendió o que no me quiso entender. En retrospectiva creo que el pueblo era feliz solo saludándome de vez en cuando sin mayores repercusiones. Sé de antemano que la gente habla de mí­, eso que ni que, si hay una delicadeza que los paladares locales disfrutan con antojo eso es descuartizar personalidades locales. No que eso sea una costumbre particular de Anneberg o de Suecia. De hecho me sorprendió descubrir que tanto aquí­ como en México les da por disfrutar de un taco de lengua, en eso coincidimos bastante, venga, eso es la verdad. La diferencia yace, sin embargo, en que aquí­ recalca más sentir en carne propia el descuartizadero. Algo así­ como si Dexter te sonriere todos los dí­as.

La casa que habito es amarilla. Es de tres pisos contando el sótano. Tiene varios nombres, como toda la topografí­a sueca. De hecho la topografí­a es un aspecto interesante por varias cuestiones. Aquí­ todo tiene nombre, no hay cosa que no escape el nombre. Y como si eso no fuere bastante, hay nombres sobre nombres. Me sorprendió bastante enterarme de esto. Algo así­ como enterarte de que tu calle no es una calle sino parte de una manzana. Me imagino que al sorprenderme y darles a entender a mis cercanos de que me enteré les habrá de haber provocado cierta temereza a mis cercanos. Aunque aquí­ en Suecia eso de que existe la privacidad es meramente una ilusión como la democracia misma. La casa se llama Villa Bergdhal. Así­ de simple. La casa tiene historia local. O sea, para los nativos de aquí­ esto significa algo. Venganza, añoranza, romantización, qué sé yo. Para mí­ es una casa más y además una casa que nunca pude amansar en el sentido de que es una casa que demanda mucho de parte del individuo. Siempre requiere alguna manita de gato. Su fabricación es de esas de otra era. Su construcción data de 1929. Uno pensarí­a, fuck. Pero no, la casa es tan estable como el dí­a de su erección. Viagra jokes apart, le quedan otro centenario antes de empezar serias reparaciones interiormente. La madera es de calidad, en pocas palabras. Pero tiene sus defectos.

Fue mi vieja la que tuvo la iniciativa de comprarla, ella tuvo visión en eso. Y los padres la apoyaron aunque pagar la cuenta por los trastres rotos fuéramos nosotros, o sea, mis suegros fueron unos simple prestanombres, algo así­ como si uno prestara fe a ciegas. Nunca me he sentido bien de ese hecho, cosa que hay que recalcar. De hecho recuerdo vagamente todo el proceso, creo que los efectos etí­licos de ese entonces ofuscan un tanto la memoria. Y ahora estoy por mudarme de aquí­ un tanto mejor sobrio.

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